Sí. Era evidente. Desde que empezamos con este somero recorrido por mi sueño de sueños, el sueño ese tan recurrente que te vengo resumiendo, esta claro que terminábamos en el taller. Hay veces que, chico, será el destino, yo que quieres que te diga.
Sobre todo porque, luego, en el taller, tampoco pasaba gran cosa. Líos sí. Los prescritos. Los de siempre. Pero soluciones...
Dependía del día, eso sí, ya que lo normal es que hablásemos con el encargado de cuestiones que nada tenían que ver con lo que a allí nos traía, y una vez terminada la conversación (muchas noches a las puras voces), nos adentrábamos en las profundidades del taller, que se convertía de golpe y porrazo en garaje en los bajos de un edificio. Y había allí muchos coches pero ninguno era el mío.
Era previsible también que el lugar tuviese, al menos, tantas salidas como entradas. Por lo que continuábamos trayecto, con la burra que ya a estas alturas se nos iba fácil al trigo.
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