Quizá tuviésemos que preguntarle a tu esposa (a sus pies me pones) que parece ser más ducha en realizar estas complicadas lecturas, pero para que sigo pareciendo esto igual de privado, tendremos que ser nosotros los que le interpretemos, al sueño, al gulliveresco modo, eso sí.
El coche. El coche como objeto. Como objeto fálico, si nos ponemos.
La pérdida no de la intensidad sino de la totalidad, la privación no gradual sino instantánea y absoluta. ¿Pero de qué?
Los lugares íntimos, esos sitios a los que siempre intentamos regresar, aunque sea en sueños. Y que nunca están. Nunca están al menos igual que como creíamos.
La gente. La gente como perfecta desconocida. Con la que poder hablar pero no entenderse.
La oscuridad como manto, para que pese un poco más la realidad.
Y, empapándolo todo, una sustancia húmeda, incolora, indolora, que incluso nos lubrifica.
-Uf, dijo Gulliver sofocado.
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