En la cola
En la fila de pagar me hago lío porque en ocasiones en vez de las cajeras está la pescatera, que, como todas las que conozco, es lenguaraz y tetona. Agarra lo primero que tiene a mano y me amenaza con una, pongamos, bertorella, al modo de la sota de espadas. Y yo ya lo sé, que lo hace en broma, pero no paro de insistir en que me cobre. Allí yo, con mi tarjetita de crédito.
Y en buena lógica, casi en lógica aplastante, se me mosquean las cajeras cuando les digo que me pongan un cuarto de lechal delantero y que añadan un par de riñones, abiertos por la mitad. O unas penquitas de cardo y dos nabos. Si el nabo será de los pocos alimentos que no trago.
Es allí, claro, donde más rato echo.
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