viernes, 10 de abril de 2015

   Sí. Venían ya avisándonos desde hace un par de entradas de que íbamos a acabar en el taller. Hubiéramos podido hacerlo antes, como así nos ocurre algunas de las noches, ya que además de por la frutería y a la salida del híper, también se podía llegar a él por su entrada principal (y gran letrero no le faltaba). Acristalada como un océano y que se encontraba según acabábamos de bajar la cuesta que nos había llevado a la gran superficie. 

   Por lo tanto, prisa parece que mucha no teníamos. Dado el caso, hubiéramos podido incluso atrochar mucho antes. Por uno de los pasadizos que comunicaban las calles estrechas y húmedas se llegaba a unos cines de los que ya no sé si te he hablado. Llegabas a la taquilla. Le comprabas a la taquillera las entradas. Y si, en vez de dirigirte hacia la sala, tomabas un pasillo que salía a la izquierda, ¿adivina dónde te plantabas?

   No quiero yo liar la cosa más pero no puedo aguantarme contarte que desde la sala, en la que siempre ocurrían miles de peripecias que poco tenían que vez con lo que sucedía en la pantalla o el escenario (incluso tardes de toros han disfrutado mis sueños allí), desde la sala, te decía, se llegaba al pub aquel que había al final de la piscina. 




   Redios. Releo y veo que no te he contado ni del cine y su taquillera ni de las piscinas que hay al sur de la zona A, con su bar de moda lleno de artistas creando. Pues es una pena pero (no sé el motivo) tengo ganas de llegar ya al taller.









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