Ya que en el camino de regreso al lugar donde se acuerda que había posado la punta del hilo de la madeja, Gulliver se encontró un paraje de esos que el Rejas, en su ignorancia, llamaría dionisíaco. Qué tendrá que ver el dios griego con el aspecto de ese paisaje verde, praderita a la orilla de un río, claro y cantarín. Unos alisos hurtaban una franja del pradal a los ojos del astro Sol y allí a la fresca fue donde el Marino se recostó. Sí, mullida estaba la hierba y salpimentada de florecillas. Había, por no faltar, hasta una familia de jilgueros, extensa, de casi una docena de miembros, que volaba animosa y se perdía cada poco entre los ramajes con sus característicos piares. Los sietecolores.
miércoles, 22 de abril de 2015
Los sietecolores
También hoy seremos breves pero esta vez no por falta de tiempo sino por haber poco que contar.
Ya que en el camino de regreso al lugar donde se acuerda que había posado la punta del hilo de la madeja, Gulliver se encontró un paraje de esos que el Rejas, en su ignorancia, llamaría dionisíaco. Qué tendrá que ver el dios griego con el aspecto de ese paisaje verde, praderita a la orilla de un río, claro y cantarín. Unos alisos hurtaban una franja del pradal a los ojos del astro Sol y allí a la fresca fue donde el Marino se recostó. Sí, mullida estaba la hierba y salpimentada de florecillas. Había, por no faltar, hasta una familia de jilgueros, extensa, de casi una docena de miembros, que volaba animosa y se perdía cada poco entre los ramajes con sus característicos piares. Los sietecolores.
Ya que en el camino de regreso al lugar donde se acuerda que había posado la punta del hilo de la madeja, Gulliver se encontró un paraje de esos que el Rejas, en su ignorancia, llamaría dionisíaco. Qué tendrá que ver el dios griego con el aspecto de ese paisaje verde, praderita a la orilla de un río, claro y cantarín. Unos alisos hurtaban una franja del pradal a los ojos del astro Sol y allí a la fresca fue donde el Marino se recostó. Sí, mullida estaba la hierba y salpimentada de florecillas. Había, por no faltar, hasta una familia de jilgueros, extensa, de casi una docena de miembros, que volaba animosa y se perdía cada poco entre los ramajes con sus característicos piares. Los sietecolores.
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