viernes, 30 de agosto de 2013

Vericuetos

   Ya ves, Luis, estas cosas me sorprenden más a mí que a ti. Luis Ángel, que apenas daba para un breve, se ha hecho dueño y señor de las dos últimas entradas. Y también de la de hoy, ya que aún no he llegado, con mis vericuetos, a contarte la anécdota que motivó su inclusión en el Gulliver. Ya ves, Luis.

Aquí, unos vericuetos

   El hecho de ser mascota del club de patatín... le traía medio asfixiado, al chaval. Siempre debía aparecer impoluto, a su hora de entrada, como que le acabasen de quitar el celofán. Por la parte del perfume no iba a haber ningún problema, lo juro, iba perfectamente equipado. Lo demás: pantalones de última marca (en eso estaba puesto Pepe, yo ni idea) y camisa color blanco Inmaculada, con los cuellos subidos. No parece este un atuendo demasiado lioso de conseguir. Pero si perteneces al Club...

   Uno de mis mejores amigos tiene tres hermanos camareros. Es la oveja negra, por así decirlo. Aunque fue el único que siguió los pasos del padre, protésico dental. Temporalmente, que ahora se dedica a pasear a Ms. Daisy, en unos cochazos del recopetín. No, librea no lleva. Pues no veas cómo es mi amigo pero en este caso concreto habría que darle la razón. Los tres hermanos vivían con su madre, ya de avanzada edad. Así que la parte de la intendencia la tenían cubierta. Comidita, abrigo y el kit lavado-secado-plancha. Pero cogió la madre y adquirió el mal hábito de irse a Torrevieja, donde además hizo pandilla, todo el duro y largo invierno burgalés. Y ahí es donde desesperaba mi buen amigo. A los tres les llegaba el momento de presentarse como pinceles en sus respectivos. Y claro, el funcionamiento de una lavadora, de una plancha, les resultaba enigmático. Nunca se habían preguntado cómo es que hacía la ropa para llegar a sus armarios impoluta. Un día me contaba mi amigo que, por mera curiosidad, había contado las prendas que se iban amontonando en una esquina de la habitación de uno de ellos, de solo uno de ellos. Más de cincuenta camisas y cerca de cien camisetas. En espera de tiempos mejores. Como no hay bolsillo que se lo pueda permitir, se iba cogiendo todo lo que dejaban los comerciales de regalo. Iba de Ron Bacardi, White Label, aquellas tan famosas de Jack Daniels. Un hermano con recursos tienes, le dije yo.

   A Luis Ángel le pasaba parecido, pero no poseía ni ese poderío ni esa imaginación. Así que, cuando a media tarde, se levantaba, empezaba a resoplar. Gracias a dios, nuestra ropa no le entraba. Se lavaba en el baño unos pantalones que no iban a secarse a tiempo. Corría, se duchaba, se cagaba en la puta. En el acicale se le iba la mayor parte del tiempo libre que tenía para pensar al día. Era digno de ver. A todas estas, nosotros le puteábamos para hacerle perder más tiempo pero se lo tomaba con mucho humor. Ay, la energía de esos años. Al final se iba dejando estela y más guapo que guapo. En nuestros oídos quedó como un zumbido. Al principio pensamos que eran los sonidos de la inercia que su ida había provocado. Mas al pasar un tiempo prudencial que ahora no te sé concretar, el zumbido, ululante y lejano, persistía en nuestros tímpanos. Pepe y yo nos miramos por ver si el pitido era generalizado y ya demasiado duradero, una vez comprobado lo cual salimos a la búsqueda de la fuente que lo producía. Todo hacía indicar que aquello salía de la habitación de Luis Ángel. Así que entrábamos y nos golpeaba la visión.

   Dirás que no será para tanto, o al menos lo pensarás. Pero es que dentro, tumbado en la cama, estaba nada menos que el hombre invisible, vestido únicamente con unos vaqueros de marca. Y tenía toda la pinta de que iba a entrar en barrena. Entre que flotaba y trepidaba, a la vez. Y tú, que eres muy inteligente ya habrás adivinado que se trataba de que, por acelerar la evaporación en los pantalones recién lavados, LA les había metido por la cintura el secador enchufado al máximo.




















jueves, 29 de agosto de 2013

El Animalito (2)

   Luis Ángel no se pasaría más de tres meses en casa. Ese espacio de tiempo fue suficiente para muchas cosas. Entre ellas, que se diese cuenta de que aquello de la emancipación era un vicio que todavía no se podía permitir. Nos dejó un pufo de esos tres meses de alquiler (más gastos) pero no le dimos mucha importancia. Al menos fue claro y directo en sus explicaciones. No tenía doblez. 

   Como niño metido en un cuerpo de hombre era osado y emprendedor, con un millón de pájaros en la cabeza. No te digo yo que nosotros, de aquellas, estuviésemos ya desgastados por la vida pero un poco más de altura de miras ya teníamos, ya. Como con la paga  en el bar no le llegaba para soportar el alto tren de vida que conllevaba el hecho de ser camarero de noche (y mascota, además) decidió que podría ganarse un sobresueldo vendiendo cocaína. "Ah, ¿qué te vas a hacer camello?" le preguntábamos nosotros sin mucha alharaca. "No, no" nos decía muy serio, casi indignado, "yo solo voy a vender para sacarme un dinerillo".

   Y allá que apareció un día con un bolsón de cocaína que a Pepe y a mí nos dio el mareo. Y seguro que llevaba todo el día con ella metida en una bolsa, de aquí para allá. Nos la dio a probar para que comprobásemos en nuestros mismitos cerebros que no le habían tangado. Allí habría cerca de un kilo, cantidad más que suficiente para que, sí en ese momento irrumpiesen en casa los de estupefacientes, nos metiesen a la cárcel a los tres una larga temporada. Así se lo hicimos ver y el arguyó que cuántas veces había entrado la policía en esa casa, en lo cual, la verdad, llevaba razón. Como tíos carnales y responsables, con la poca calma que entre una cosa y otra quedaba por allí, le hicimos ver que la situación había cambiado ya que ahora había metido en casa (¿cómo llamarlo?) el cuerpo del delito. Era de traca. 



   Ya sabrás que el Club de los Camareros de Noche tiene escasos objetivos establecidos en sus estatutos. Terminan su jornada laboral y se van a otro bar que aún esté abierto. Hay ciertas profesiones, todas del ramo de la diversión, que comparten estás costumbres. Conocí a un chaval que, cuando cerraba el bingo en el que trabajaba, se iba a otro (¡de los mismos propietarios!) a dejarse allí el jornal. 

   Allí, en ese bar, se van reuniendo más camareros. Y gente de mal vivir. ¿Ya te estarás preguntando qué harán cuando, a su vez, ese bar eche la persiana? Nada más fácil, te diré: se van a otro bar que cierre más tarde y se van juntando más miembros del club. Ya, ya. Pero si vamos a empezar con esta lógica socrática a mí se me va a gastar el discurso. Lo que termina pasando es que el ultimo bar cierra de amanecida y están todos tan jodidos que se van a casa a desparramarse. Supongo yo.

   Ese era otro de los alicientes de convivir con Luis Ángel. Te levantas un martes para ir a trabajar. Te duchas y cuando regresas a tu cuarto poco menos que en pelotas te encuentras allí a Julito el Guapo, hurgando no sé dónde. Julito era el mayor camello de toda la provincia y lo del mote se lo puso él mismo, para que te hagas una idea. Era esmirriado y narigón y vestía siempre con unos trajes increíbles, como de hace mil años, como de Miami Beach pero en arrugado. Le quedaban fatal.

   Pero cuando le preguntabas qué cojones hacía en tu habitación ni se despeinaba. "Venía a invitarte a un tirito". "Pues venga y para el salón. Y ni se te ocurra salir de ahí". 

   Así era LA. Una madre. Con eso de ser mascota, se ponía tierno y no podía permitir que sus amigos se fuesen a sus casas sin haber apurado la noche hasta las heces. Así que te levantabas por la mañana y te encontrabas en el salón a lo más granado de la ciudad, jugándose a las cartas la droga que no habían colocado en toda la jordana laboral.



miércoles, 28 de agosto de 2013

Un cuarto elemento

   Por quitarnos un poco el regusto a podredumbre que han dejado impregnado por aquí la vileza de Juan Carlos, el narcisismo de JL y la mezquindad hecha límite de Jesús, quizá convenga contarte de otro compañero más. Luis Ángel. Un animalito.

   Cuando le conocimos tenía dieciséis años, por lo que casi le doblábamos en edad, pero se gastaba una envergadura que superaba con creces la nuestra. Ya no nos sorprende que fuese camarero de La Escuela, ¿no?

 
   Huérfano de padre, o quizá fuese de padre desconocido por el emperramiento de su madre en no soltar prenda, o por cualquier otro motivo que la mujer tuviese. Pero esa no era ni de lejos su mayor preocupación. Lo que peor llevaba era que su madre, esa madre que tan bien sabía guardar secretos y que tendría solo un par de años más que nosotros, tuviese una (¿como llamarlo?) fascinación desmedida por los porros. Y aquello a LA le tenía frito. Sobrepasaba con mucho la afición que a esa sustancia profesábamos el resto de los mortales. Era, sí, casi una religión. Y yo creo que esa era la parte que se le atragantaba al chaval. Y lo peor de todo era que todos los años, uno tras otro, para su cumpleaños, le preparaba una fiesta sorpresa, con todos sus amiguitos y sus amiguitas, por allí fumados, y encantados con la anfitriona. Un poema.

   LA estuvo poco tiempo en casa y quizá por ello no entraba en los planes del Marino incluirlo en sus crónicas. Pero ha cambiado de opinión o simplemente se ha acordado a deshora del chaval. Guarda Gulliver mejores recuerdos de aquella breve convivencia aunque también hay que reconocer que en contrapago se expuso a mayores peligros, gratuitamente.

   Y es que el muchacho pronto fue adoptado como mascota por el lobby  de los camareros de noche. Nunca tuvieron una mascota tan grande y con mejores hechuras. Nosotros pasamos a ser algo así como sus tíos carnales y, en consecuencia, nos trataban muy bien en todos los sitios. Pero ello conllevaba las desventajas que en el gulli de mañana te contaré, que, te lo digo con franqueza y con cariño, me ha pillado el torito hoy. 



   Eso sí, he de encontrar, rápido, rápido, no una sino dos canciones, por la que se me olvidó poner ayer. 

   Decidido. Son dos versiones de dos clásicos.














   

martes, 27 de agosto de 2013

Compañeros... Una lata de Heineken

   Y ni aún así. (Ver Guliver de ayer). Hay que reconocerle a Jesús el Miserable que tenía sus tragaderas. No podía ser de otro modo dada su manera de ser. Estando yo en Valladolid ya, le juré a Mireia que todos los días de su vida le contaría una anécdota procedente, proviniente del tal Jesús. Yo que nunca juro. Y daba de sí tanto el mostrenco que tardé mucho en faltar a mi promesa.

   Despedía un tufillo característico. Pepe y yo consensuamos que así debía de oler la avaricia. Así que le poníamos pruebas como que se las mandase el Señor,  más como maniobras de diversión que con intenciones curativas, ya que lo de Jesús no tenía remedio. Sú máxima, de la que estaba muy orgulloso, además, era: "Una peseta más otra peseta, son dos pesetas. Y así sucesivamente". Intentó adjudicar a cada uno una balda del frigo pero nunca nos acordábamos de cuál era la de cada cual y se ponía malo. Así que decidió que lo que no fuese rigurosamente necesario mantener fresquito se lo guardaba en su armario y se colgaba la llave del cuello. Lo que no sabía, el cretino, es que todos los armarios empotrados que había en la casa, al menos cinco, se abrían con la misma llave.

   Un fin de semana que teníamos jarana (él se había ido como siempre a casa de mami), en alguno de los escasos momentos de relax, se lo estábamos comentando a los amigos. Entre ellos estaba mi hermano, que se quedaba ese fin de semana a dormir en su habitación. 

   Contando, contando, llegábamos a la parte en la que detallábamos los trajines que se traía el muy miserable con lo de los alimentos y las baldas de la nevera. Para hacerlo más gráfico, Pepe les iba explicando que, en el mismo cajón de los calcetines tenía guardados los botes de tomate, el chorizo casero, un paquetito de bacón, medio queso manchego... y así íba enumerando para regocijo de la concurrencia. Cuando ya se daba la relación por concluida, intervino mi hermano:

   -Y una lata de Heineken que, con el reseco, me he bebido yo esta noche. 

   Lo que son las cosas. Se fueron los amigos, se fue mi hermano. Y después de un largo fin de semana, el piso estaba como campo de batalla. Hicimos zafarrancho y a media tarde, la única señal que quedaba de la juerga era un bolsón de los grandes repleto de basura, en mitad de la cocina, a la espera de que bájásemos a tirarlo.

   Así que cuando oímos abrirse la puerta de casa, Pepe, Cuchi y yo, sentaditos en el salón, compusimos una tierna sonrisa de bienvenida. Jesús apenas se asomó, farfulló un saludo y se fue a su habitación, supusimos que a contar y recontar sus monedas. Lo siguiente que escuchamos entraba ya en la categoría del estruendo. Abrirse y cerrarse de puertas, pasos acelerados hasta la cocina y vuelta, otro portazo, algún juramento, más farfullos y, finalmente, un sonoro y definitivo trancazo de la puerta de la calle. Luego, se hizo el silencio.

   Más curiosos que alarmados, nos levantamos los tres por ver si adivinábamos las causas de tanta repentina desazón. Y cuál no fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que en lo más alto del bolsón de basura, casi como en una peana, se encontraba, enhiesta, reluciente, la latita vacía de cerveza Heineken. Lo que son las casualidades.




lunes, 26 de agosto de 2013

Imágenes que pueden herir la sensibilidad

   A ver, que no soy ducho en hablar de estos temas.

   Problemas en Enrique IV. En cuanto me puse a ello, el telefónico y sus efectos consecuentes se acabaron. Las facturas las pagó íntegras el causante. Y su novia sevillana ("¿Guan?") me hartó. 

   Siempre es conveniente tener público en estas ocasiones. Un día, volvíamos de madrugada a casa, serían las seis o las siete, que ya había amanecido. Nos acompañaban unos amigos que venían a desayunar, y al abrir la puerta, el teléfono, oh, casualidad, estaba sonando. Lo descolgé preparado para recibir la preguntita de los cojones, a la que contesté en estos términos:

   -¿Juan?, ¿Juan? Hija de la gran puta. La has cagao. La has cagao porque sé quién eres. Ya sé quién eres y sé dónde estás. Hija de la grandísima puta. Y voy a ir ahora mismo allí y te voy a matar. Voy a ir ahora mismo a tu casita sevillana y te voy a meter un palo por el culo y lo voy a empujar hasta que te salga por la nariz....

   Y así seguí unos buenos diez minutos. Histriónico, endiosado, mágnífico. Aplaudido, al final. 




   No volvimos a tener noticias de ella. Y ni aún así terminó de relajarse el Miserable. Pero, claro, siempre hay motivos.

   Volvíamos otro día Pepe y yo de un vermú largo y nos encontramos a Jesús en el salón, evidentemente esperándonos. Lo expresaban su gesto sofocado y el hecho de que uno de los asientos del sofá estaba tirado por el suelo de cualquier manera. Y a ver cómo cuento yo esto ahora.

   Al parecer, al llegar a casa, se había preparado la comida y se la había llevado al salón para acabar allí con ella, viendo la tele. Cuando fue a sentarse comprobó que en el tapizado de uno de los asientos del sillón, había una mancha parduzca. La examinó con detenimiento y al no adivinar su procedencia, pasó un dedo por ella y se la llevó a la nariz. Para vomitar, porque aquello era mierda. Un manchón fino y alargado justo en mitad del cojín, de unos doce centímetros de longitud, paralelo a los apoyabrazos. De casi nos morimos de la risa.

   La moraleja de este gulli, Luis, es que no hay que ducharse cinco veces al día sino cuando es necesario. 


   La canción que hoy te traigo, puede, si forzamos las intenciones, venir muy a cuento por ser un grupito de aquel entonces que se hacía llamar Tontos Inmaculados.Y la escuchábamos por aquellos años.



 



 


viernes, 23 de agosto de 2013

Compañeros de piso. 4. Llamadas nocturnas en ambas direcciones.

   Entre un desmán y otro, para alegrar aún más la fiesta, Cuchi se vino a vivir conmigo. Merece esa chica sus buenos gulliveres, tranquilos y plácidos, así que valdrá nada más decir, a los fines que ahora nos traen, que su padre, que había sido Gobernador Civil muchos años, y más aún fumador empedernido, tenía una salud delicada, por al menos la parte cardiaca y respiratoria de su ser. Las veces que fuimos a su hogar a jugar al mus, nos recibía ya sentado y con el oxígeno por la nariz. 

   En casa, Jesús cada día se desesperaba más. Mejor y más profundo. Le había cogido el truquillo a lo de la desesperación y ya le habían salido ojeras, ya se le habían estrechado los hombros, ya se le había puesto esa forma arrastrada de hablar. JL se había echado una novia sevillana que nos dio a todos mucho juego. Ya no sabíamos si allí había amor o se trataba de otra máquina de hacer imagen. La cosa es que llamaba a todas horas pero únicamente en horario nocturno. Cuchi pegaba unos botes en la cama de la de dios, pensando en su padre enfermo. A mí, que de los ruidos ni me entero, terminaban aquellos sobresaltos por despertarme. Me levantaba, mandaba a la mierda a la chica y vuelta a la piltra. Pero no cejaba ella, la hija de puta.

   Tenía una voz asquerosa, muy bien conjuntada con su carácter. Nada más que descolgabas decía "¿Guan?" en vez de "Juan". Tú le explicabas despacito que JL no estaba y que es posible que no estuviese en los siguientes días. Pero la hija de puta volvía a llamar. Estaba de atar.

   Así que no tardé en arrinconar al enamorado y conminarle a que, o aquello acababa ya,  o lo podía pasar muy mal. Casi me lloraba. Se le había ido de las manos. No podía con ella. Para demostrarlo, las noches que estaba en casa, se pasaba horas y horas al teléfono, convenciéndola o algo así. Conferencias a Sevilla, cuando las conferencias costaban un dinero. Vino este asunto, pues, con sus efectos secundarios. 

   Como cada dos meses, Euquerio nos trajo, además del recibo del alquiler, primorosamente redactado, las facturas que iba pagando. Luz, gas, Telefónica. Esta, de cerca de 50 mil pelas, más de la mitad de un sueldo medio de los de entonces. En un alarde de humor, le dejamos el embolao a Jesús, que para entonces ya estaba con las justas. Y de allí provienen aquellas notas y más notas del casero, que, ya te he dicho, merecerían bitácora aparte. 

   Cuando el problema se hizo de 3 facturas y creciendo, Euquerio estaba al borde del colapso. Yo le explicaba un poco por encima el asunto y él no paraba de repetirme que si no fuera por "esos" a mí no me cobraba nada. Yo le miraba incrédulo. 

   Siempre hay un par de gotas que colman los vasos. Me darán, entre ambas, para otro Gulliver.

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jueves, 22 de agosto de 2013

Compañeros de piso. 3

   No podría precisar con un mínimo de exactitud la temporada que JL se pasó con nosotros. En él todo era un ir y venir, con las prisas y el reguero de perfume que dejaba tras de sí. El único tiempo que compartíamos con él era cuando llegábamos por la noche, la hora daba igual, y nos le encontrábamos repantingado en el sofa, ataviado con un albornoz de pomposas solapas pero no muy buen estado de conservación. 


   Podría, por lo tanto, pensarse que era el compañero de piso que nos convenía, pues disponíamos de la casa a nuestro antojo la mayor parte del tiempo. Y, pasados los primeros días de asombro, nos habituamos sin problemas a las noches aulladas por sus amantes. Pero claro, no existe el mundo perfecto. 


   Debió de ser por aquellos días que Jimmy consiguió una plaza en su León natal y para allí que se marchó todo contento. Lo digo porque me suena que llegaron a coincidir en Enrique VI Juan Luis y el tercero de los protagonistas de estas historias de co-arrendamientos. Y aquello pasó a ser como en los Mundos de Yupi. Llegó Jesús, El Miserable, y, chas, por fin habíamos dado con la combinación perfecta para el cóctel de los desastres. JL empezó a portarse pero que muy mal y nos volvimos todos un poco locos. 


   ¿Cómo una persona con la autoestima como JL se podía permitir portarse mal, con la mala prensa que aquello podía acarrearle en una ciudad pequeña como aquella? Lo ignoro. Debe de ser agotador mantener todo el día la compostura, "esa" compostura. Además, supongo que sabía que le teníamos más que calado y, en casa, dejó de fingir. Como que el albornoz cada noche estaba más mugriento, algo así. Y luego estaba lo de las llamadas nocturnas, en ambas direcciones. (Pero eso va en un gulli aparte). Bien es cierto que paraba poco en casa pero, en algún momento, dejó de limpiar. Jesús había traído debajo del brazo, quién sabe de qué experiencias pasadas, las normas. Las normas consistían en turnos para todo. Limpiar, bajar la basura, cocinar y un larguísimo y agotador etcétera. Mira que le avisamos que aquello iba a ser complicado, que llevábamos un tiempo sin las listas y los cuadrantes y no nos había ido mal. Además, JL viajaba muchísimo, rara vez comía en casa. Y nosotros, allá que te va. Para Jesús el Miserable todas nuestras excusas estaban fuera de lugar, las oía pero le parecían tan increíbles que no las procesaba. Se empeñó tanto que aceptamos, más divertidos que incautos. Y la convivencia empezó a decaer, a pasos de gigante, además.


   Vivió apenas unos meses en aquel piso, pero se le debieron hacer eternos e infernales (valiendo en este caso, si me permites, la redundancia). Sufría como un animal y allí no estaba mamá para sofocar sus penas. Más bien vivía con un par de cabrones (nosotros) y un descerebrado vertiginoso. Nosotros como que le poníamos pruebas en su hacer cotidiano, pero no se enteraba. Y JL, ¿qué decir de JL? Es que ni le veía. Iba, venía, aparecía con dos pibones a pasarse la noche aullando, volvía a desaparecer tres días. ¿Y las tareas?, ¿qué pasaba entonces con las tareas? Ya te lo dijimos, Miserable, que iba a ser complicado. Las paredes de la bañera empezaron a adquirir esa textura aspera y grisacea. Los platos y demás vajilla se amontonaba por una semana en el fregadero, sin piedad. Había que hacer virguerías para conseguir un vaso medianamente limpio. Esas curiosas pelusillas que se forman de la nada empezaron a corretear por el salón. Quizá también llegó el mal olor. Jesús nos conminaba a que le riñésemos ya que a él, nos decía angustiado, pues no le hacía caso. 

   Toda esta situación, lo único que podía es empeorar, como así fue. Pero habremos de esperar un poco para que el marino nos lo cuente. 

O---o---O

   Hoy trago para días largos. ¡Cuán colgado estuve de este elepé!







miércoles, 21 de agosto de 2013

Compañeros de piso. 2. Juan Luis.

   Si te aburres un poco más de lo debido, por mi ausencia (oh, pretencioso Gulliver), hoy te pongo trago largo. 

 

O---o---O


   No sé qué parte de culpa tendríamos nosotros en ello, pero nos llegaban unos compañeros de piso de lo más peculiar. O quizá ocurra que el mundo sea así de variado y nada más nos tocara la parte de raros que nos merecíamos. 

   Huido Juan Carlos, en la más amplia acepción del término (se fue sin dejar señas), no tardó en llegarnos sustituto. 

   Este vino de la mano de Pepe, que vete a saber dónde se lo habría encontrado. Pepe tenía algo así como una vida paralela, por mor de su compañera sentimental, camarera de La Escuela y referente de la modernez en esa provinciana ciudad. No sé si Lina tendría algo que ver en el nuevo fichaje. Tampoco me extrañaría. 

   Juan Luis. Un poco más bajo que la media y una miaja bizco pero con unas ínfulas de estrella del recopetín. Impecablemente vestido, trajes en su mayoría azules y grises pero de muy buen corte. Indefectiblemente camisa blanca, o de colores tan suaves que se hacían casi invisibles. Tenía cientos de camisas. Y al menos docena y media de pares de zapatos castellanos, en todas sus posibilidades. Los jueves, a la noche, se los acarreaba todos al salón para una profunda limpieza que a mí se me hacía de cualquier modo innecesaria. En cada zapato, un muelle de esos que los estiran por que no se apayasen. De al menos cinco duchas diarias, pasó nuestra casa a oler como en la casa madre de Varón Dandy, pero con mayor intensidad.

    El día de su advenimiento todo fueron idas y venidas, de JL y Pepe, nerviosas  y para mí incomprensibles. Quizá si mi espíritu fuese más despierto, tendría que haberme olido mal que su tele llegase desencajada, talmente como que acabasen de lanzarla escaleras abajo, como así parece ser que había ocurrido. Lo de la bolsa de basura tamaño XL, repleta de camisas claras, también me debiera haber hecho sospechar, aunque esta vez hubiera errado ya que se trataba de la colada que, semanal e impepinablemente, JL llevaba a su mami, único ser en el mundo en darle un acabado a la plancha del gusto del muchachito. En fin, que iba de galán, empresario y rutilante estrella de la TV local. Para morirse. 

   Te preguntarás, quizá, a dónde iban dirigidas tantas energías y tanta profesionalidad en su mundo laboral. Yo nunca lo supe muy bien y creo que él tampoco. Lo mismo organizaba eventos que se dedicaba a la compraventa de los artículos más insospechados que hacía de teletienda. Todo era purito marketing cuando igual no se conocía la palabra. Un ejemplo, que a mí se me hace surrealista. Se mandaba paquetes él mismo, pero en vez de poner su domicilio fiscal, los mandaba al bar más próximo. Antes de que pasase el cartero, ya se había encargado de mandar a una de sus secretarias (imagínate cómo eran sus secretarias) a preguntar si había llegado un paquete para JL. El camarero ignoraba quién era semejante señor a lo que la mandada respondía con casi un infarto. "¡¿Qué no conoces a JL?!", preguntaba tirándose de los pelos. Y entonces la aleccionada muchacha dibujaba un semblante de su amo como una mezcla de Apolo, Brad Pitt y Georges Soros, multiplicado por cuatro. Yo fui testigo de ello, en una ocasión, y fue para vomitar. Los dueños del local eran amigos, así que , una vez había pasado el cartero, cuando llegaba otra de sus secretarias (de igual diseño que la anterior), el descojono de la clientela era mayúsculo. Pero JL tan encantado con sus estrategias. 



    También llevaba JL una galería de modelos, o algo por el estilo, con lo que empezó a llenársenos la casa de unas chicas altas, rubias y esplendorosas, con nombres como Selena, Bruma, Jenny, que, debidamente aleccionadas, se dedicaban a soltar alaridos gran parte de la noche, a mayor gloria del impresentable de su jefe. Luego, cuando me cogieron confianza, un par de ellas confesó que el grado de impotencia de su jefe, si no absoluto, era bastante lamentable.













martes, 20 de agosto de 2013

Tres realquilados. Juan Carlos

   Realquilados por así llamarles. 

   El mundo del compañero de piso es un lugar muy trillado en la literatura de bolsillo pero no me aguanto a, por fin, darte, de tres de los que yo tuve, unas escuetas pinceladas. 

   Procederemos cronológicamente. Segovia, Enrique IV, 1990. En casa sonarían los Feelies, Violent Femmes, Los Sonics, The Cure... De repente, te llegaba un compañero de piso. Juan Carlos, ingeniero de obras públicas, de Santa María del Campo. Bebía Don Simón con casera y a absolutamente todas las comidas, les echaba tomate frito de bote, sin calentar. Era para matarle. Yo creo que de tanto Don Simón y tomate, se le había quedado esa cara. Achatada, con unos mofletes enhiestos sostenidos por una boca larga y apretada. Con unas gafas indefectiblemente sucias. Pronto le apodamos Cuato, que no sabíamos quién era pero le iba al dedillo. Era clavado al monstruito que le sale de la barriga a Shwarzenegger en Aniquilator o alguna peli de ese pelo. No sé si te acuerdas.

   Pero con ser peculiares estas carácterísticas, no eran las peores. Gustaba de dejarse agasajar por los promotores de obra pública y, aún así, estaba desilusionado. Él quería irse a la Confederación del Duero, que se cortaba más bacalao. Ya ves, una hiena que no valía ni para tomar por el culo. 

   Se iba todos los fines de semana a Burgos, a que le cuidase su mamá. Y traía en su coche a un par de compañeras que también trabajaban por aquí. No tardó en liarse con una. Pero le salió con un novio que, encima, iba a despedirse de ella y le ordenaba: "Cuídamela bien". Y tan bien que la cuidó. No contaban ni ellos ni la otra chavala con que el novio tuviese la vena muy cruzada y, por poner un ejemplo, se subiese por las cañerías hasta la casa de ella en Burgos, un tercer piso sin red pero con un cuchillo de holgadas proporciones en el bolso de atrás del pantalón. Así que llegabas a casa y te los encontrabas a los tres sentaditos en el salón. Y digo sentaditos porque apenas apoyaban sus culos en los extremos del asiento. Cabizbajos y meditabundos. Al Cuato se le habían agrandado las ojeras que ya de natural lucía por aquello de no estar todavía trabajando en la Confederación.   







lunes, 19 de agosto de 2013

Palabras. Un suelto.

   Palabras más, palabras menos. O eso decía la canción. 

   Vaya temporada rara que llevamos. Ya no sabemos ni cuándo empezó. Va el barco de aquí para allá, llevándonos. Nunca habíamos sentido ser tan poco dueños de nuestras vidas. Y así, cuando no es una cosa es otra. 




   Me vienen estos sencillos razonamientos por el hecho de que llega la familia. Está al caer, desde, al menos, dos puntos cardinales. Viene, además, Jimmy y su familia, compuesta por  su amadísima esposa Carmen, su tesoro Candela y una cosita-joya, cómodamente instalada en la tripa de su esposa. Ya tenemos otro punto cardinal cubierto. Si nos atenemos a la gradación de primer nivel, solo nos quedaría el Norte, el cuál, ya sabes, no hay que perder. 

   Y por inmiscuir más a esta bitácora en la situación, por si ello hiciese falta, que yo lo dudo, viene también aquel amigo que entró en aquí de casualidad, aquel amigo de los diez años. Armando, al que aquí apellidamos Guerra. 

   Y claro, con todo ese batiburrillo no puede uno más que pensar. 

   Los críticos de hoy en día ponen especial énfasis cuando escriben su crónicas en que la obra que comentan esté escrita con un estilo sencillo y claro y las palabras justas. Han pasado a ser esas carácterísticas no deseables sino imprescindibles. En cada suplemento cultural lo tenemos que leer varias veces. A ti también te he oído parecidas razones. Y entonces es cuando me pregunto: ¿Pero qué hacemos aquí? Si este es el lugar de las ideas inasibles, la palabras  revueltas, la duda por vocación no cartesiana sino infantiloide, los juegos con las reglas blandas, los fuegos que son a la vez de artificio y fatuos. Y los apelotonamientos. Y los restos de fábrica. 

   Por ponerte un ejemplo (si toda esta bitácora no lo fuera ya, y bien significativa) hoy, en el mensaje en el que me anunciaba su vuelta a Silos, después de tantos y tantos años, Armando me hablaba de la huida hacia adelante que supuso el trabajo para él, después de su viudedad. Esa es la palabra. Sencilla, clara, perfectamente definidora de lo que a él le sucedió. No hay trucos que valgan, no hay mecha que prender. Está estrictamente acotada en el diccionario de la RAE. Pero...

   Esta es la historia de Gulliver por los siete mares así que nada puede ser tan sencillo. El Capitán marino se ha quedado colgando de una liana de frases rotas. ¿Vendrá "liana" de "lío"? ¿No más le faltaba al muchacho?

   Piensa en el significado que tiene para él la palabra "viudaded". Un concepto que para nada se parece al que tendrá, sin duda, para su amigo Armando. La misma palabra y qué diferencias en intensidad, en significado, en abanico de matices. Joer.


   Hoy toca un vallenato que quizá ya te haya puesto. Pero me da igual. 






viernes, 9 de agosto de 2013

El Gran Día (mecachis)

   Hoy tocaba hablar de los compañeros de piso segovianos, en lo que empezó siendo, aún recuerdo, el contarte de los avatares del Marino en el Universo del Sexo. Dios mío, qué vericuetos.

   Pero tanto ellos como mis intenciones deberán aguardar en el cajón a que lleguen los días en que a Gulliver le apetezca sacarles de paseo. 

   Ya que hoy lo que parece adecuado es que te hable de lo se siente al llegar al medio siglo. 

   Qué presuntuoso. "...de lo que se siente..." Como que estuviese en mí el poder de los sentidos. Como que no lo hubieses sentido tú ya. Te contaré, al menos, qué es lo que circula por mi desordenada cabeza la tarde de antes, que es cuando te escribo esto.

   Lo primero, son las ganas de desaparecer y huir del folclore. Pero eso no es nuevo, eso es lo que me apetece cada año, cada tarde en la que el calendario diga que es 8 de agosto por la tarde. 

   Después está lo de anticipar el folclore, los besos, los deseos de felicidad, las bromitas habituales. Mi hermana Nines, por ir calentando, me ha mandado un mensaje advirtiéndome de que viene el medio siglo ya por el Trasgu, muy cerquita. Se le huele, se le oye. Y entonces, paso rápido al primer punto, el de desaparecer.




   Pero esta vez no acierto con el conjuro. Con el chiscar de dedos. Qué sé yo. Qué torpe y apresurado Gulliver que me vuelvo a veces, con lo relisto que me creo otras.
 
    Descartada por inalcanzable la opción de desintegrarme, volverme invisible, difuminarme, encontrar un agujero negro o simplemente meterme debajo de la cama, vuelvo al punto dos, justo donde lo dejé, adelantándome a los acontecimientos. Y como me ha salido mal lo de hacerme trasparente, resulta que mañana amaneceré solo traslúcido y se me verán toditidas las costuras y las entrañas. Qué pudor, madre mía.

   Menos mal que nos vamos tú y yo de viaje.


   




jueves, 8 de agosto de 2013

Por dónde íbamos

  Dicen las señoras gallegas que con la prisa se va la risa. Lo dicen en gallego, que también rima. Yo, con las señoras gallegas no suelo estar muy de acuerdo. Son como son y no hay quien pueda con ellas. Quizá sea la vez, esta, que más de acuerdo estoy con ellas. 



   Pero me pierdo, Luis, que a ti también te pasa, y ya ni sé por dónde íbamos. Habrá que regresar, por tanto, en fractal senda inversa, hasta la rama o nivel que ya por su grosor ya por estas cosas que tiene la vida nos sea impepinable no recordar.

   Sí, ahora caigo, andábamos por Segovia. Cristina se fue a África y ya vivíamos en Enrique IV. Para acordarme del nombre de la calle he tenido que ir al GoogleMaps. Y de repente, están los Bomberos y el Cementerio y... el chiringo ya no está.

   Pero continuó, pese a todo, el periplo segoviano. Vivíamos en un piso grande, de una cooperativa de maestros. Cuatro habitaciones y un salón como para jugar al padel. Del casero te podría contar y no parar. Era recién jubilado y se llamaba Euquerio y siempre nos visitaba con su dóberman, educadísimo. Le decía que se sentase, le ponía un caramelo en la nariz y allí se quedaba el animal con los ojos cruzados hasta que el dueño le dejaba zamparse el premio. Pero como era un dicharachero de la madre que lo parió, muchas veces le teníamos que recordar que estaba el perro birojo. Estos eran de la opinión que el venir él acompañado era para acojonar pero, no sé, a mí no me lo parecía. Era tremendo. Nos dejaba unas notas que aún conservo, con un lenguaje inflamado y apenas comprensible. Había sido toda su vida secretario de ayuntamiento y yo, de verdad que lo flipaba. Algún día escribiré todo un libro sobre el Euquerio. A mí siempre me decía que si no fuera por esos, ni me cobraba. Tremendo. 

   Ya vivíamos allí Pepe, Jimmy y servidora y, a veces, un cuarto elemento que nos emplumaban. Les recuerdo a todos con gran pasmo. Juan Carlos, Juan Luis, Jesús. Cada uno daría para mucho pero entre los tres, me van a dar para el Gulli de mañana.


miércoles, 7 de agosto de 2013

Operación Jerónimo. Tocado. Hundido.


    Hoy, Buika, una gitana negra. ¿Pero a dónde vamos a llegar?

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     Por fin. Después de una muy estudiada operación, cuya puesta en escena ha tenido sus momentos de suspense y sus nervios, su plan B y dos o tres arranques de heroicismo, por fin hemos adquirido la presa que nos faltaba. Lo hemos hecho justo a tiempo, sin lugar a segundas oportunidades. Era ya o ya. Hoy  volamos de regreso. 



   Lo malo es que a ver qué fotografío yo otros años en las islas. 


martes, 6 de agosto de 2013

De fuegos y aves

   Seguimos aquí en Canarias, con un jet lag de dos días, qué mareo, qué desfase, un jet lag de la hostia, adelantando tarea por si el regreso nos está esperando con cuestiones pendientes y se hacen los días mediados. Cosas más raras se han visto.

   Así que te seguiré contando, a mi modo, eso sí, alguna que otra fijación canaria. Tengo muchas. 



   Aquí, por menos de nada, coge cualquier hotel y te planta unos fuegos artificiales de cágate lorín. Cuando eso ocurre, subimos todos a la última terraza, que es la que culmina la casa. Solo subimos para eso. Digamos que es un lugar no muy bien aprovechado. Pero... será por terrazas. Al acabar la pirotecnia, el resto baja con prevención la escalera metálica y yo me quedo allí. Es casi un rito. La noche, el fuego. Si el día no ha sido muy abrasador, me tumbo en las baldosas y miro al cielo. Si miras al cielo el tiempo suficiente, es más que probable que conjetures. Y te empieces a marear un poco con lo de las distancias y la infinitud. A mí me lo explicó una noche muy bien un amigo de Puentelarreina. Son conceptos que de tan grandes, parece en un momento que los has asido y cuando te vuelves para mirarles se te han desvanecido entre los dedos. Y vuelta a empezar. 

   Allí y en tan apropiada posición, veo pasar a las pardelas. Estas avecillas son como las primas pequeñas de las gaviotas, mucho menos carroñeras y odiosas que estas. Se trasladan tierra a dentro una vez ha anochecido. Ignoro el motivo ni quién las espera allí. Ellas sabrán. Según van volando, a una altura prudencial, emiten unos sonidos como de parloteo pasado de revoluciones. Yo las contesto en su mismo lenguaje y mantenemos, así, una conversación. Yo no sé lo que ellas me dicen pero sospecho que ellas sí que me entienden.  






lunes, 5 de agosto de 2013

Jet lag inverso

   Pero cómo me gustan a mí los viceversas. Y eso que sé que son estériles. Tiempo perdido en ir y volver para estar, al rato, en el mismo lugar. Me vienen estos escuetos y nada complicados razonamientos por la cuestión, a todos modos relevante, de que cuando leas esto que ahora escribo, ya estaremos la Pollito y yo en nuestra casa. Pero mientras lo escribo, aún oigo en mis oídos a las pardelas y a las olas del mar. Con lo que me entra de nuevo el jet lag pero esta vez a la manera inversa.

   Ya sabes, a veces me pierdo entre tanto trajín. Y ya no sé ni por dónde me ando. 



   Adquiere en estas ocasiones nuestro barco las texturas de la cuarta dimensión (¿o la cuarta es el olfato?) y navega como una montaña rusa. Lo cual no es bueno para mi sentido del estómago pero me da pie a hablar desde el éter, o algo por el estilo.

   Sería el momento propicio, quizá, para las grandes conjeturas, para las respuestas del millón, rotundas y novedosas. Para, al menos, propuestas arriesgadas, en lo literario. Y voy yo y me quedo colgado de las toallas que a su vez cuelgan de las terrazas y así, un largo etcétera. 

   Más fijaciones canarias, para que veas. Ayer enseñé a Lucía a jugar al chinchorro. Estaban las dos primas en el estadio 3, que en actividades de tiempo libre es aquel en el que los componentes del grupo se repelen entre sí. Está todo estudiado. Cuando iba de representante de la Junta a campamentos, los monitores me lo explicaban. Hay unos días, como a los tres cuartos de duración de la actividad, en el que reina el desconsuelo, la tirria, la abulia y hasta la inquina. Es el momento más duro para los profesionales. Yo tengo estrategia para amansar pero no es infalible. Ayer estaban así. Ni playa ni piscina ni paseo con helado (Lucía nata y vainilla, en eso ha salido a mí, y Lara kitkat con chocolate, una bomba, y sí, hay helados de kitkat, o eso dicen). Al tercer mordisco entre las primas tuve que mediar. Juré por lo más sagrado (miento, yo no juro ni prometo) requisar todos los putos aparatos electrónicos, empezando por la televisión. Surtió el efecto pero no en la intensidad suficiente. Así que puse en marcha el plan B, que no es otro que separar espacialmente a las partes en conflicto. Jugamos la pollo  y yo una partida a la escoba. Y luego le enseñé a jugar al chinchorro. Aquí a eso no se juega porque sería el "yinyorro" y suena un poco a guasa. Ya ves, que me levanté juguetón.

   Le ha encantado. Me tuvo hasta las tantas con "la última partidita, papi, por favor". Y me pienso: "manda huevos, lo mismo la llevas a las cataratas del Niágara o a ver el Duomo (de Florencia, por supuesto) y le encantan pero de lo que se va a acortar el día de mañana es de que su padre le enseñó a jugar al chinchorro una tarde de verano en Tenerife".










  


viernes, 2 de agosto de 2013

Fijaciones canarias (dos)

  · En la Playa del Duque, al principio del paseo, hay un hombrecillo con sombrero y chaqueta, arrugado, parece hebreo. Toca el violín que es un desastre. No se sabe si es vocación tardía o necesidad. En la cajita que tiene a sus pies apenas veo dos euros. Le hago entender lo mal que ejecuta. Él sube los hombros en señal de conformidad. Se ríe y dice algo a Lucía. Lucía busca la respuesta en mi mirada. Cuando comprueba que no hay problema, le sonríe al viejito.



   · Los jueves y los domingos hay mercado aquí al lado. Además de los problemas de aparcamiento que, por sernos indiferentes, dejaremos aparcados, se nota en que se va llenando desde primera hora todo de colorido. Lo que más destaca es la vistosidad de los vestidos con que se tapan unas negras muy negras. Además, como siempre van en grupos, se las nota más. Son las que hacen coletines a las niñas. De mí, pasan. Coincidimos en la terraza de mis lecturas de periódico pero a estas no me atrevo a invitarles a sentar. Aunque sería interesante. La terraza se peta estos días. Así que vienen más camareras al auxilio. Hoy ha venido una bastante inexperta pero muy bien dispuesta. Al momento he adivinado que era italiana. No me preguntes cómo. Son cosas que se me aferran a la piel nada más pisar suelo islo. Como el acento o la galbana. Tenía el pelo rubio y rizado en una enorme escarola. Parecía buena gente. Le he dicho que era la primera vez que me ponía una cerveza Simoncelli y se ve que ya está habituada porque lo ha cogido a la primera. Me hubiera gustado tomar una jarra con ella en otro bar, cuando acabase de currar, como en las pelis. Pero, fíjate, me he pensado que se iba a creer que lo que yo quería era follar. O algo así. Cuántas ocasiones perdidas por los prejuicios. En fin.

   Hoy toca jazz, que es lo que llevo escuchando media tarde, gracias de nuevo a mi amigo Quique, desde una radio que nos hemos inventado y que atiende al nombre de rCrM. Ya le he dicho que a mí, el jazz... pero mira. 



   Y esto que yo pensaba  que era pop decó no se trata de otra cosa que las señalizaciones que tienen para poner los puestos en el mercado. Ya ves, fijaciones canarias.








jueves, 1 de agosto de 2013

Un ecosistema frágil (fábula)

   Creo que ya sabes cómo es el mundo aquí. Está en una especie de límite, de frontera a partir de la cual...

   Quizá por eso sea todo tan lento, casi quieto. Hay que medir muy bien las fuerzas, usar las justas en espera de tiempos en que sean necesarias todas las posibles. 

   Se nota en cualquier cosa. En los taxistas amodorrados que de repente se ponen gruñones, en las palmeras. El agua es un bien tan preciado y nadie se da cuenta. A la del grifo no le quitan toda la sal, por combatir aunque sea una pequeña parte de los perjucios que ocasiona la cal. 

   Allí donde haya un pelín de agua que nace una planta. Lo hace rápido, casi lo puedes ver a ojo vuela, como los atardeceres en los que el astro rey cae por su propio peso. A ojo vuela también. 

   Hemos dejado a la planta creciendo rápido, que es dura la competencia. Mas no tardan en acudir a su reclamo todas las faunas que, increíblemente, han estado allí quietas, económicas, en ese ambiente desértico, imposible. Las hay de lo más variado, te imaginarás, y de las más curiosas formas y costumbres. Desde la araña blanca y la mosca blanca hasta unos bichitos que no he identificado y que lo van dejando todo perdido con lo que imagino son sus heces negras, que le dan a la planta un aspecto horrible de haber malsobrevivido a un incendio. La planta se esmera pero allí que se posa raudo otro insecto cabrón. De aspecto peludo y lechoso. También blanquecino. Y este bicho cabrón, además de zamparse los brotes nuevos, se abraza a los nudos, agujerea el tallo de la planta y a partir de ahí, el desenlace es rápido. Con lo que, todo quisqui otra vez a la intemperie abrasadora. A sobrevivir.



   Hoy toca versión bajoatlantizada, si se sirve la palabra.