viernes, 23 de agosto de 2013

Compañeros de piso. 4. Llamadas nocturnas en ambas direcciones.

   Entre un desmán y otro, para alegrar aún más la fiesta, Cuchi se vino a vivir conmigo. Merece esa chica sus buenos gulliveres, tranquilos y plácidos, así que valdrá nada más decir, a los fines que ahora nos traen, que su padre, que había sido Gobernador Civil muchos años, y más aún fumador empedernido, tenía una salud delicada, por al menos la parte cardiaca y respiratoria de su ser. Las veces que fuimos a su hogar a jugar al mus, nos recibía ya sentado y con el oxígeno por la nariz. 

   En casa, Jesús cada día se desesperaba más. Mejor y más profundo. Le había cogido el truquillo a lo de la desesperación y ya le habían salido ojeras, ya se le habían estrechado los hombros, ya se le había puesto esa forma arrastrada de hablar. JL se había echado una novia sevillana que nos dio a todos mucho juego. Ya no sabíamos si allí había amor o se trataba de otra máquina de hacer imagen. La cosa es que llamaba a todas horas pero únicamente en horario nocturno. Cuchi pegaba unos botes en la cama de la de dios, pensando en su padre enfermo. A mí, que de los ruidos ni me entero, terminaban aquellos sobresaltos por despertarme. Me levantaba, mandaba a la mierda a la chica y vuelta a la piltra. Pero no cejaba ella, la hija de puta.

   Tenía una voz asquerosa, muy bien conjuntada con su carácter. Nada más que descolgabas decía "¿Guan?" en vez de "Juan". Tú le explicabas despacito que JL no estaba y que es posible que no estuviese en los siguientes días. Pero la hija de puta volvía a llamar. Estaba de atar.

   Así que no tardé en arrinconar al enamorado y conminarle a que, o aquello acababa ya,  o lo podía pasar muy mal. Casi me lloraba. Se le había ido de las manos. No podía con ella. Para demostrarlo, las noches que estaba en casa, se pasaba horas y horas al teléfono, convenciéndola o algo así. Conferencias a Sevilla, cuando las conferencias costaban un dinero. Vino este asunto, pues, con sus efectos secundarios. 

   Como cada dos meses, Euquerio nos trajo, además del recibo del alquiler, primorosamente redactado, las facturas que iba pagando. Luz, gas, Telefónica. Esta, de cerca de 50 mil pelas, más de la mitad de un sueldo medio de los de entonces. En un alarde de humor, le dejamos el embolao a Jesús, que para entonces ya estaba con las justas. Y de allí provienen aquellas notas y más notas del casero, que, ya te he dicho, merecerían bitácora aparte. 

   Cuando el problema se hizo de 3 facturas y creciendo, Euquerio estaba al borde del colapso. Yo le explicaba un poco por encima el asunto y él no paraba de repetirme que si no fuera por "esos" a mí no me cobraba nada. Yo le miraba incrédulo. 

   Siempre hay un par de gotas que colman los vasos. Me darán, entre ambas, para otro Gulliver.

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