Ya sabes, a veces me pierdo entre tanto trajín. Y ya no sé ni por dónde me ando.
Adquiere en estas ocasiones nuestro barco las texturas de la cuarta dimensión (¿o la cuarta es el olfato?) y navega como una montaña rusa. Lo cual no es bueno para mi sentido del estómago pero me da pie a hablar desde el éter, o algo por el estilo.
Sería el momento propicio, quizá, para las grandes conjeturas, para las respuestas del millón, rotundas y novedosas. Para, al menos, propuestas arriesgadas, en lo literario. Y voy yo y me quedo colgado de las toallas que a su vez cuelgan de las terrazas y así, un largo etcétera.
Más fijaciones canarias, para que veas. Ayer enseñé a Lucía a jugar al chinchorro. Estaban las dos primas en el estadio 3, que en actividades de tiempo libre es aquel en el que los componentes del grupo se repelen entre sí. Está todo estudiado. Cuando iba de representante de la Junta a campamentos, los monitores me lo explicaban. Hay unos días, como a los tres cuartos de duración de la actividad, en el que reina el desconsuelo, la tirria, la abulia y hasta la inquina. Es el momento más duro para los profesionales. Yo tengo estrategia para amansar pero no es infalible. Ayer estaban así. Ni playa ni piscina ni paseo con helado (Lucía nata y vainilla, en eso ha salido a mí, y Lara kitkat con chocolate, una bomba, y sí, hay helados de kitkat, o eso dicen). Al tercer mordisco entre las primas tuve que mediar. Juré por lo más sagrado (miento, yo no juro ni prometo) requisar todos los putos aparatos electrónicos, empezando por la televisión. Surtió el efecto pero no en la intensidad suficiente. Así que puse en marcha el plan B, que no es otro que separar espacialmente a las partes en conflicto. Jugamos la pollo y yo una partida a la escoba. Y luego le enseñé a jugar al chinchorro. Aquí a eso no se juega porque sería el "yinyorro" y suena un poco a guasa. Ya ves, que me levanté juguetón.
Le ha encantado. Me tuvo hasta las tantas con "la última partidita, papi, por favor". Y me pienso: "manda huevos, lo mismo la llevas a las cataratas del Niágara o a ver el Duomo (de Florencia, por supuesto) y le encantan pero de lo que se va a acortar el día de mañana es de que su padre le enseñó a jugar al chinchorro una tarde de verano en Tenerife".
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