jueves, 1 de agosto de 2013

Un ecosistema frágil (fábula)

   Creo que ya sabes cómo es el mundo aquí. Está en una especie de límite, de frontera a partir de la cual...

   Quizá por eso sea todo tan lento, casi quieto. Hay que medir muy bien las fuerzas, usar las justas en espera de tiempos en que sean necesarias todas las posibles. 

   Se nota en cualquier cosa. En los taxistas amodorrados que de repente se ponen gruñones, en las palmeras. El agua es un bien tan preciado y nadie se da cuenta. A la del grifo no le quitan toda la sal, por combatir aunque sea una pequeña parte de los perjucios que ocasiona la cal. 

   Allí donde haya un pelín de agua que nace una planta. Lo hace rápido, casi lo puedes ver a ojo vuela, como los atardeceres en los que el astro rey cae por su propio peso. A ojo vuela también. 

   Hemos dejado a la planta creciendo rápido, que es dura la competencia. Mas no tardan en acudir a su reclamo todas las faunas que, increíblemente, han estado allí quietas, económicas, en ese ambiente desértico, imposible. Las hay de lo más variado, te imaginarás, y de las más curiosas formas y costumbres. Desde la araña blanca y la mosca blanca hasta unos bichitos que no he identificado y que lo van dejando todo perdido con lo que imagino son sus heces negras, que le dan a la planta un aspecto horrible de haber malsobrevivido a un incendio. La planta se esmera pero allí que se posa raudo otro insecto cabrón. De aspecto peludo y lechoso. También blanquecino. Y este bicho cabrón, además de zamparse los brotes nuevos, se abraza a los nudos, agujerea el tallo de la planta y a partir de ahí, el desenlace es rápido. Con lo que, todo quisqui otra vez a la intemperie abrasadora. A sobrevivir.



   Hoy toca versión bajoatlantizada, si se sirve la palabra.







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