martes, 20 de agosto de 2013

Tres realquilados. Juan Carlos

   Realquilados por así llamarles. 

   El mundo del compañero de piso es un lugar muy trillado en la literatura de bolsillo pero no me aguanto a, por fin, darte, de tres de los que yo tuve, unas escuetas pinceladas. 

   Procederemos cronológicamente. Segovia, Enrique IV, 1990. En casa sonarían los Feelies, Violent Femmes, Los Sonics, The Cure... De repente, te llegaba un compañero de piso. Juan Carlos, ingeniero de obras públicas, de Santa María del Campo. Bebía Don Simón con casera y a absolutamente todas las comidas, les echaba tomate frito de bote, sin calentar. Era para matarle. Yo creo que de tanto Don Simón y tomate, se le había quedado esa cara. Achatada, con unos mofletes enhiestos sostenidos por una boca larga y apretada. Con unas gafas indefectiblemente sucias. Pronto le apodamos Cuato, que no sabíamos quién era pero le iba al dedillo. Era clavado al monstruito que le sale de la barriga a Shwarzenegger en Aniquilator o alguna peli de ese pelo. No sé si te acuerdas.

   Pero con ser peculiares estas carácterísticas, no eran las peores. Gustaba de dejarse agasajar por los promotores de obra pública y, aún así, estaba desilusionado. Él quería irse a la Confederación del Duero, que se cortaba más bacalao. Ya ves, una hiena que no valía ni para tomar por el culo. 

   Se iba todos los fines de semana a Burgos, a que le cuidase su mamá. Y traía en su coche a un par de compañeras que también trabajaban por aquí. No tardó en liarse con una. Pero le salió con un novio que, encima, iba a despedirse de ella y le ordenaba: "Cuídamela bien". Y tan bien que la cuidó. No contaban ni ellos ni la otra chavala con que el novio tuviese la vena muy cruzada y, por poner un ejemplo, se subiese por las cañerías hasta la casa de ella en Burgos, un tercer piso sin red pero con un cuchillo de holgadas proporciones en el bolso de atrás del pantalón. Así que llegabas a casa y te los encontrabas a los tres sentaditos en el salón. Y digo sentaditos porque apenas apoyaban sus culos en los extremos del asiento. Cabizbajos y meditabundos. Al Cuato se le habían agrandado las ojeras que ya de natural lucía por aquello de no estar todavía trabajando en la Confederación.   







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