Podría, por lo tanto, pensarse que era el compañero de piso que nos convenía, pues disponíamos de la casa a nuestro antojo la mayor parte del tiempo. Y, pasados los primeros días de asombro, nos habituamos sin problemas a las noches aulladas por sus amantes. Pero claro, no existe el mundo perfecto.
Debió de ser por aquellos días que Jimmy consiguió una plaza en su León natal y para allí que se marchó todo contento. Lo digo porque me suena que llegaron a coincidir en Enrique VI Juan Luis y el tercero de los protagonistas de estas historias de co-arrendamientos. Y aquello pasó a ser como en los Mundos de Yupi. Llegó Jesús, El Miserable, y, chas, por fin habíamos dado con la combinación perfecta para el cóctel de los desastres. JL empezó a portarse pero que muy mal y nos volvimos todos un poco locos.
¿Cómo una persona con la autoestima como JL se podía permitir portarse mal, con la mala prensa que aquello podía acarrearle en una ciudad pequeña como aquella? Lo ignoro. Debe de ser agotador mantener todo el día la compostura, "esa" compostura. Además, supongo que sabía que le teníamos más que calado y, en casa, dejó de fingir. Como que el albornoz cada noche estaba más mugriento, algo así. Y luego estaba lo de las llamadas nocturnas, en ambas direcciones. (Pero eso va en un gulli aparte). Bien es cierto que paraba poco en casa pero, en algún momento, dejó de limpiar. Jesús había traído debajo del brazo, quién sabe de qué experiencias pasadas, las normas. Las normas consistían en turnos para todo. Limpiar, bajar la basura, cocinar y un larguísimo y agotador etcétera. Mira que le avisamos que aquello iba a ser complicado, que llevábamos un tiempo sin las listas y los cuadrantes y no nos había ido mal. Además, JL viajaba muchísimo, rara vez comía en casa. Y nosotros, allá que te va. Para Jesús el Miserable todas nuestras excusas estaban fuera de lugar, las oía pero le parecían tan increíbles que no las procesaba. Se empeñó tanto que aceptamos, más divertidos que incautos. Y la convivencia empezó a decaer, a pasos de gigante, además.
Vivió apenas unos meses en aquel piso, pero se le debieron hacer eternos e infernales (valiendo en este caso, si me permites, la redundancia). Sufría como un animal y allí no estaba mamá para sofocar sus penas. Más bien vivía con un par de cabrones (nosotros) y un descerebrado vertiginoso. Nosotros como que le poníamos pruebas en su hacer cotidiano, pero no se enteraba. Y JL, ¿qué decir de JL? Es que ni le veía. Iba, venía, aparecía con dos pibones a pasarse la noche aullando, volvía a desaparecer tres días. ¿Y las tareas?, ¿qué pasaba entonces con las tareas? Ya te lo dijimos, Miserable, que iba a ser complicado. Las paredes de la bañera empezaron a adquirir esa textura aspera y grisacea. Los platos y demás vajilla se amontonaba por una semana en el fregadero, sin piedad. Había que hacer virguerías para conseguir un vaso medianamente limpio. Esas curiosas pelusillas que se forman de la nada empezaron a corretear por el salón. Quizá también llegó el mal olor. Jesús nos conminaba a que le riñésemos ya que a él, nos decía angustiado, pues no le hacía caso.
Toda esta situación, lo único que podía es empeorar, como así fue. Pero habremos de esperar un poco para que el marino nos lo cuente.
O---o---O
Hoy trago para días largos. ¡Cuán colgado estuve de este elepé!
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