viernes, 30 de agosto de 2013

Vericuetos

   Ya ves, Luis, estas cosas me sorprenden más a mí que a ti. Luis Ángel, que apenas daba para un breve, se ha hecho dueño y señor de las dos últimas entradas. Y también de la de hoy, ya que aún no he llegado, con mis vericuetos, a contarte la anécdota que motivó su inclusión en el Gulliver. Ya ves, Luis.

Aquí, unos vericuetos

   El hecho de ser mascota del club de patatín... le traía medio asfixiado, al chaval. Siempre debía aparecer impoluto, a su hora de entrada, como que le acabasen de quitar el celofán. Por la parte del perfume no iba a haber ningún problema, lo juro, iba perfectamente equipado. Lo demás: pantalones de última marca (en eso estaba puesto Pepe, yo ni idea) y camisa color blanco Inmaculada, con los cuellos subidos. No parece este un atuendo demasiado lioso de conseguir. Pero si perteneces al Club...

   Uno de mis mejores amigos tiene tres hermanos camareros. Es la oveja negra, por así decirlo. Aunque fue el único que siguió los pasos del padre, protésico dental. Temporalmente, que ahora se dedica a pasear a Ms. Daisy, en unos cochazos del recopetín. No, librea no lleva. Pues no veas cómo es mi amigo pero en este caso concreto habría que darle la razón. Los tres hermanos vivían con su madre, ya de avanzada edad. Así que la parte de la intendencia la tenían cubierta. Comidita, abrigo y el kit lavado-secado-plancha. Pero cogió la madre y adquirió el mal hábito de irse a Torrevieja, donde además hizo pandilla, todo el duro y largo invierno burgalés. Y ahí es donde desesperaba mi buen amigo. A los tres les llegaba el momento de presentarse como pinceles en sus respectivos. Y claro, el funcionamiento de una lavadora, de una plancha, les resultaba enigmático. Nunca se habían preguntado cómo es que hacía la ropa para llegar a sus armarios impoluta. Un día me contaba mi amigo que, por mera curiosidad, había contado las prendas que se iban amontonando en una esquina de la habitación de uno de ellos, de solo uno de ellos. Más de cincuenta camisas y cerca de cien camisetas. En espera de tiempos mejores. Como no hay bolsillo que se lo pueda permitir, se iba cogiendo todo lo que dejaban los comerciales de regalo. Iba de Ron Bacardi, White Label, aquellas tan famosas de Jack Daniels. Un hermano con recursos tienes, le dije yo.

   A Luis Ángel le pasaba parecido, pero no poseía ni ese poderío ni esa imaginación. Así que, cuando a media tarde, se levantaba, empezaba a resoplar. Gracias a dios, nuestra ropa no le entraba. Se lavaba en el baño unos pantalones que no iban a secarse a tiempo. Corría, se duchaba, se cagaba en la puta. En el acicale se le iba la mayor parte del tiempo libre que tenía para pensar al día. Era digno de ver. A todas estas, nosotros le puteábamos para hacerle perder más tiempo pero se lo tomaba con mucho humor. Ay, la energía de esos años. Al final se iba dejando estela y más guapo que guapo. En nuestros oídos quedó como un zumbido. Al principio pensamos que eran los sonidos de la inercia que su ida había provocado. Mas al pasar un tiempo prudencial que ahora no te sé concretar, el zumbido, ululante y lejano, persistía en nuestros tímpanos. Pepe y yo nos miramos por ver si el pitido era generalizado y ya demasiado duradero, una vez comprobado lo cual salimos a la búsqueda de la fuente que lo producía. Todo hacía indicar que aquello salía de la habitación de Luis Ángel. Así que entrábamos y nos golpeaba la visión.

   Dirás que no será para tanto, o al menos lo pensarás. Pero es que dentro, tumbado en la cama, estaba nada menos que el hombre invisible, vestido únicamente con unos vaqueros de marca. Y tenía toda la pinta de que iba a entrar en barrena. Entre que flotaba y trepidaba, a la vez. Y tú, que eres muy inteligente ya habrás adivinado que se trataba de que, por acelerar la evaporación en los pantalones recién lavados, LA les había metido por la cintura el secador enchufado al máximo.




















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