Como niño metido en un cuerpo de hombre era osado y emprendedor, con un millón de pájaros en la cabeza. No te digo yo que nosotros, de aquellas, estuviésemos ya desgastados por la vida pero un poco más de altura de miras ya teníamos, ya. Como con la paga en el bar no le llegaba para soportar el alto tren de vida que conllevaba el hecho de ser camarero de noche (y mascota, además) decidió que podría ganarse un sobresueldo vendiendo cocaína. "Ah, ¿qué te vas a hacer camello?" le preguntábamos nosotros sin mucha alharaca. "No, no" nos decía muy serio, casi indignado, "yo solo voy a vender para sacarme un dinerillo".
Y allá que apareció un día con un bolsón de cocaína que a Pepe y a mí nos dio el mareo. Y seguro que llevaba todo el día con ella metida en una bolsa, de aquí para allá. Nos la dio a probar para que comprobásemos en nuestros mismitos cerebros que no le habían tangado. Allí habría cerca de un kilo, cantidad más que suficiente para que, sí en ese momento irrumpiesen en casa los de estupefacientes, nos metiesen a la cárcel a los tres una larga temporada. Así se lo hicimos ver y el arguyó que cuántas veces había entrado la policía en esa casa, en lo cual, la verdad, llevaba razón. Como tíos carnales y responsables, con la poca calma que entre una cosa y otra quedaba por allí, le hicimos ver que la situación había cambiado ya que ahora había metido en casa (¿cómo llamarlo?) el cuerpo del delito. Era de traca.
Ya sabrás que el Club de los Camareros de Noche tiene escasos objetivos establecidos en sus estatutos. Terminan su jornada laboral y se van a otro bar que aún esté abierto. Hay ciertas profesiones, todas del ramo de la diversión, que comparten estás costumbres. Conocí a un chaval que, cuando cerraba el bingo en el que trabajaba, se iba a otro (¡de los mismos propietarios!) a dejarse allí el jornal.
Allí, en ese bar, se van reuniendo más camareros. Y gente de mal vivir. ¿Ya te estarás preguntando qué harán cuando, a su vez, ese bar eche la persiana? Nada más fácil, te diré: se van a otro bar que cierre más tarde y se van juntando más miembros del club. Ya, ya. Pero si vamos a empezar con esta lógica socrática a mí se me va a gastar el discurso. Lo que termina pasando es que el ultimo bar cierra de amanecida y están todos tan jodidos que se van a casa a desparramarse. Supongo yo.
Ese era otro de los alicientes de convivir con Luis Ángel. Te levantas un martes para ir a trabajar. Te duchas y cuando regresas a tu cuarto poco menos que en pelotas te encuentras allí a Julito el Guapo, hurgando no sé dónde. Julito era el mayor camello de toda la provincia y lo del mote se lo puso él mismo, para que te hagas una idea. Era esmirriado y narigón y vestía siempre con unos trajes increíbles, como de hace mil años, como de Miami Beach pero en arrugado. Le quedaban fatal.
Pero cuando le preguntabas qué cojones hacía en tu habitación ni se despeinaba. "Venía a invitarte a un tirito". "Pues venga y para el salón. Y ni se te ocurra salir de ahí".
Así era LA. Una madre. Con eso de ser mascota, se ponía tierno y no podía permitir que sus amigos se fuesen a sus casas sin haber apurado la noche hasta las heces. Así que te levantabas por la mañana y te encontrabas en el salón a lo más granado de la ciudad, jugándose a las cartas la droga que no habían colocado en toda la jordana laboral.
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