En aquel rincón (otra esquina del mundo, hay muchas, otro escondite, otro resguardo donde lamerse las inexistentes heridas), con las espaldas a salvo de ataques insospechados por un seto de boj de diez palmos de talla y de espeso e intrincado ramaje, y cubierta, además, mi mollera por el techo de las hojas de un árbol vulgar, diome por ponerme a pensar.
Vagan, cuando eso, mis escuálidos razonamientos, llamémosles ocurrencias, de lo preciso a lo genérico, de lo presente a la parte atemporal del mundo universo, quizá más trascendente. Si estas (famélicas) reflexiones se retuercen y de tanto ir y venir no fijan en un punto concreto sus propósitos, me suele entrar la modorra.
Así ocurrió aquella vez por lo que desperteme de mal genio pasado un tiempo impreciso. La boca pastosa, el cuello adolorido, otro distinto yo.
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