lunes, 27 de octubre de 2014

Segunda enseñanza


   Ya nos quedó suficientemente claro, o eso espero, cuál era el modo más efectivo de cazar un murciélago. Pero no llegamos a concretar qué otra enseñanza saqué de aquel estío ataviado de boy-scout , que aún a día de hoy no he olvidado.

   En fin. Que había habido robos.

   No era grande la enjundia de ninguno de ellos pero sí su frecuencia mayor de lo habitual. Un reconcome flotaba por el campamento.

   Parecía que aquello iba a ser un asunto que no se iba a arreglar pues ya se acercaba el final de nuestra estadía en Revenga. Pero, mira, para algo servían los manuales. 

   Justo el día anterior a nuestra partida nos hicieron formar a hora inhabitual. El Jefe (sí, ese era su título allí) nos soltó una arenga sobre la hombría y el saber estar en la vida. Me extrañó que usase la palabra "cojones" en su alocución. 

   Sí, no fue un discurso largo. Pero iba cargado con torpedos dirigidos a nuestra línea de flotación. Notabas que te bajaban las defensas. 

   Después dio la palabra a un subalterno que, con timbre nervioso y grave, nos fue detallando lo que decía el manual para casos como aquel.

   Como habíamos observado, no nos habían hecho formar en uno de los lugares acostumbrados sino frente a un tiendón de tres pares, que ya estaba instalado cuando llegamos el primer día y que servía de almacén y despensa. Dentro de dicha carpa, parecía ser, habían instalado una mesa alejada de las miradas y en la que, entrando por parejas, iríamos dejando los frutos de nuestros hurtos. 

   Me maravilló la estrategia de hacernos entrar por parejas.     

   Miré a mi izquierda con inconsciente curiosidad y allí estaba Pedrolo, que también en ese momento me miraba.

   Tuvimos que estar allí mucho rato, en posición descansen, por ser de los últimos de la formación. Según se iba acercando nuestro turno, notabas un incomprensible nerviosismo. 

   Llegó nuestro turno y entramos como a un templo. Las piernas temblaban ante lo desconocido. Una vez dentro nos volvimos a mirar, un segundo, y acto seguido arramplamos con todo lo que pudimos de lo que había en la mesa. Y aún nos dio tiempo para llevarnos, camuflados en los numerosos bolsos de nuestro uniforme, una docena de tubos de leche condensada La Lechera, varios paquetes de las galletas destinadas a nuestro último desayuno, una caja de insignias metálicas, para las boinas, un cuchillo de campo igual al que llevaba el Jefe y hasta un balón de fútbol sin estrenar (esto último no me pidas que te explique cómo).




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