Llegaban amigos y le daban el pésame con cara de circunstancias y lo que a mí me parecía un montón de cariño. De deseo de traspasarlo. A muchos los conocía. A otros, en cambio, no. O sabían quienes eran pero desconocía los intrincados laberintos que les hacían estar allí. Al Chencho, sin ir más lejos. Al Chencho que me encontré allí y no me podía imaginar cadena de situaciones semejante que hubiese hecho su vida contactar con la de mi amigo Samuel.
Qué enmarañados recorridos tienen las vidas de las que no conocemos más que un trozo. Y más si ese trozo es antiguo.
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