También podía suceder que se armase la gran gresca del año, una más, y que, al poco, el mostrenco saliese de aquella habitación-vivienda en pequeñito que tenían, con una maleta del año pum, cargada íntegramente (incluso rebosante, la maleta) con la parte del voluminoso temario que anduviese entonces por casa. Aquello pesaba como una montaña robusta (no necesariamente rusa), con lo que le veías abandonar la casa de quedo, por el pasillo, por el largo pasillo, arrastrando el maletón y sorbiéndose con ahínco los mocos, en la manga del jersey, del terrible disgusto.
Yo, las primeras veces, ponía cara de curado de espantos. Intentaba no interferir ni mucho menos posicionarme y me buscaba ocupaciones para el resto del día. Luego, ya, con la costumbre, me daba la risa, que al principio disimulaba con pudor y ya después mostraba con gran franqueza en forma de carcajadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario