Leí una vez que uno entra en la vida adulta cuando es consciente de que tiene enemigos. En aquel momento esa teoría me conmocionó bastante y me tuvo buenos días dándole vueltas al magín. Ya que, pese a contar con los suficientes años cumplidos para que se me considerase una persona madura, por más que me liaba con el asunto, no encontraba en aquellas circunstancias mías de entonces a nadie que me odiase. Seguro que los había y con razones suficientes pero, chico, yo no caía en quiénes podían ser. Quizá fue allí cuando, a la fuerza, me resigné a ser un tonto adolescente para el resto de mi vida.
Hoy, aquí, escribiendo, claro, he vuelto a pensar en ello. Pero muy por encima. En el asunto en general, no me ha apetecido andarme con muchas pesquisas. Y como no he dejado de ser un tonto en medio de la pubertad pero además me he vuelto ecléctico, he pensado que a lo mejor sí pero a lo mejor no.
Es más. También he pensado que además del citado factor, dado lo complicado que sin duda es el mundo, influirán en ese paso del Rubicón muchas otras consideraciones y efectos que en el trascurso de la vida nos van acaeciendo.
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