miércoles, 17 de diciembre de 2014

   Lo mejor de las noches de farra con Arturo era que la mayoría de las veces ni te acordabas. Y elevabas tu gratitud a las alturas porque así fuese. En los días siguientes te acudían vagos flashes a esa zona bastante profunda e íntima de la conciencia y ello hacía que tu gratitud se acrecentara. 



   Tenían la ventaja, además, esas excursiones vikingas, de que se aprendía mucho de la geografía de la ciudad, aunque nada más fuese en forma de hitos sin prácticamente ninguna hilazón entre ellos. Sí, podía haber zonas que incluyesen varios hitos (Paco Suárez, San Miguel, La Rosaleda) pero incluso esas zonas (de natural y por definición más extensas) también estaban perdidas en el meollo de calles y callejuelas que atiborraba ese pedazo de núcleo urbano. Vamos, que nunca sabía volver yo solo a aquellos antros que tanto me gustaban. 

   Y aquí que enlazo, de una manera que hasta a mí me ha parecido inusitada, con aquello que te contaba de hacerse mayor.













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