Seguro que lo cogí en el último momento, cuando el rellano segoviano se llenó de vecinos para anunciarme la gota fría que le estaba cayendo a nuestro vecino el mecánico. Brinco, brinco. Qué cosas. Cogí la maleta, me despedí con un beso de aquella Cuchi y (¿ves la tontada?) vi el póster en un rincón, enrolladito, intacto, inmaculado, aún no había sido clavado en ningún sitio. (La crucifixión de los carteles). No era muy cómodo compañero de viaje, por su largura y fragilidad, pero en aquellos años eso no tenía ni la menor importancia.
¿Ves? El tiempo que se aquilata y nos hace giribiquis. Si hace ya la tira que nos estábamos yendo de Segovia. Y otra vez allí, a puntito. Y claro, el Jose que se va no es el Jose de ahora, ni el Jose de la anterior vez que nos estábamos yendo. Ni el que, en aquel momento, escribía este blog. Los ríos que pasan. Pero que aquí vuelven y regresan. En un dibujo en zigzag verdaderamente despistante. ¿Quién te sigue, Gulliver, quién te persigue?
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