Llegó, ya se ha repetido en este sitio, como manda la canción, escueto de equipaje y amplios los aires. Iba a quedarse en casa de Coco y Arturo, faltaría, que sí, que sí, y no se hable más. Siempre es conveniente llegar a un nuevo lugar con un apoyadero donde reclinar los huesos en los momentos de cansancio o debilidad.
Pero no vaya a pensarse quien estas páginas lea que esas convincentes razones de, sobre todo, Arturo, iban limpias de polvo y paja. Se juntaban, por así decirlo, el hambre con las ganas de comer. Ya que si bien es cierto que sus deseos de tenerme cerca eran grandes y sinceros, no por ello dejaba la cosa de tener su trasunto mercantil. Te cuento.
El piso tenía, además de cocina, baño y un alargado y desangelado pasillo, tres habitaciones. Lo cual quería decir, a poco que reflexionemos sobre ello, que salón... pues no tenía la casa. La causa principal (sino única) de esto era que allí, la más antigua era Coco. Dado lo cual, había decidido hacía tiempo, antes de que los demás apareciésemos por allí, quedarse con el amplio salón con balconada a la iglesia que había en la calle Bautismo. Supongo que el nombre de la calle, al menos, es adecuado e incluso conveniente para la primera morada en una ciudad.
De lo anterior puede fácilmente deducirse que además de la de Coco, en el piso había otras dos habitaciones. La una, lindante con el que en su día fuera salón, aunque con menos tramo de fachada y por supuesto que con mera ventanita, la ocupaban dos hermanas gemelas, que se llevaban dos o tres años. No dejaba de ser esto curioso para un recién llegado, pero a los pocos días de no verlas más que en fugaces pasadas cruzándose contigo, fantasmales, por el pasillo, o en raudas razias de dos segundos a la cocina, a los pocos días lo entendías. Una era más mayor y la otra un poco más joven, pero eran totalmente gemelas.
La tercera y última era la mía. Estaba al comienzo del hermoso pasillo y mañana te contaré cómo era. Por hoy, solo indicarte que allí se tenía por costumbre pagar por habitación. Con lo que mi pujante generosidad se vio puesta una vez más a prueba.
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