Que tiene un amigo-amigo al que se le vienen a vivir vecinos enfrente. Y hete aquí, cómo no, que la familia de recienllegados tiene un hijo de (aprox.) la misma edad que tu amigo y, por lo tanto, también que tú.
Las escaleras de los pisos antes eran otra cosa. Se hablaba más. Había siempre más puertas abiertas. Como más trasvase. De palabras, de ingredientes, seguro que también de vidas.
La madre de tu amigo le dice que justito ahí enfrente hay un chaval de su edad que no conoce a nadie por lo que está un poco triste y que haga el favor, mi amigo, de hacerle algo de caso.
Para que luego digan. La adolescencia de entonces era más tranquila, no sé si más sumisa, menos problemática quizás que las de ahora. Sí, claro, adoptamos al muchacho.
Era narigón y bigotudo. Con un mostacho moreno, a lo Cantinflas. Y con una cara de pánfilo que no veas.
Tras las debidas disculpas ("Chico, me lo ha dicho mi madre") mi amigo me lo presentó. No sabíamos muy bien qué hacer con él. Pero tuvo dos detalles que hicieron que en un brevísimo espacio de tiempo nos deshiciésemos de él sin demasiadas contemplaciones.
Detalle 1
Nochevieja del setenta y tantos. Los padres de mi amigo se han ido una copa a casa de su hijo mayor, que l tiene más grande y lujosa. Así que nos quedamos allí, solos, los tres. Hemos comprado petardos. Unos petarditos de mierda si les comparas con lo que se gastan ahora. Tiramos (con escaso escándalo) un par de ellos por la ventana, a la calle Madrid por la que ya pasarían arreglados de fiesta los chavales más mayores que nosotros. En un arrebato de iniciativa, el recienllegado decidió meter un petardo en una de las botellas de champán que por allí andaban, vacías. Mi amigo estuvo de acuerdo. Agarró por el cuello la botella, l asomó a la ventana y esperó a que el otro encendiese el petardo y atinase a introducirlo por la boca.
"Pssshhh". Un silbidito penoso. No llegó a explotar. Aquello fue gracioso así que repitieron la operación sin sacar esta vez la botella por la ventana. Y claro, así... un estallido, explotó petardo y explotó botella con un estruendo de los cojones, dejándonos a los tres medio sordos y a mi amigo, empuñando aún el cuello de la botella, con una sensación muy rara en los dedos.
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