Es fácil armar un cuento. Coges a un príncipe y le pones a caminar por un paseo. El príncipe ha de estar perdidamente enamorado, eso sí. Y el paseo construído de piedras rodadas, sueltas, dragadas de un río cercano. El cielo aparece tan hermoso que es difícil apartar de él la mirada (ni un segundo). Pero el príncipe ha de buscar el anillo que en el camino de ida extravió. Lo complicado suele ser ponerle fin al cuento.
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