jueves, 26 de junio de 2014

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   Y lo que más rabia debe darnos es habernos perdido, Luis, por andar distraídos en mundiales y proclamaciones y alguna otra cosa más, habernos perdido, digo, la parte del cuento en la que la muchacha se desnudaba, quedándose, con lo cual, más en pelotas que recién nacida. 

   Por atontolinado que estuviese el príncipe, era tal la belleza que emanaba de ese cuerpo (hemos de recordar que hasta entonces ignoto y ,solo quizá, inmaculado) que se le puso una sonrisa bobalicona en el rostro, cargó con la chica de cualquier modo y transportola hasta el  lecho en busca de satisfacer las evidentes intenciones. Ambos se reían, creo. Posola en la cama  con mimo de gorrión y de allí que no pudo escapar, si esos hubieran sido sus propósitos, que bien sabemos que no. No hubiera podido escabullirse de haberlo deseado ya que la niña muchacha lo abrazó con fuerza y ojos brillantes de lujuria. Lo abrazó con brazos y piernas y unas tremendas ganas de comerse al muchacho entero. 

   Ya se sabe que cuando esto ocurre es difícil tratar de detallar una relación de los movimientos, acciones, ocurrencias, gemidos y sonidos y otras artes de los participantes en el acto del amor. Tendremos, así pues, Luis, que echarle al asunto un poco de imaginación, que de eso sí que nos queda aún algo. 

   







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