martes, 24 de junio de 2014

   Con tanto de aquí para allá y demorarnos en cada escaparate que se nos cruza en el camino, resulta que va y hemos llegado tarde al final del cuento. 

   Por lo tanto, nos hemos perdido cuando, ya en los aposentos de la chica, han vuelto los amantes a aproximarse y a separarse en un tira y afloja que tiene algo de muelle dado de sí, o de imán moderno y desfasado, o de película del género bobo también, ya. 

   Todavía visten para la cena, una gala medio alta que dificulta a la abuela dar el siguiente paso en su narración sin que su hablar salvaje despoje a tirones las ropas y desagrade y asuste a la infantil concurrencia. Así que alguien ha puesto música (quizás hayan sido los polvos mágicos) y es entonces que la anciana pinta ante los ojos abiertos de las nietitas un hermoso fresco de danza y baile que los prometidos acompasan unidos solo por sus miradas que no pueden dejar de mirarse.  Al rato la música empieza a condensarse en unas escasas notas alargadas y melosas, que entran por el balcón, entonadas con voz de ángel por el zagal que cuida del ganado de la hacienda.



   







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