jueves, 12 de junio de 2014

Calor y frío



   -Pa mí que el príncipe está marihuano.

   Fue Carmina, la nieta que vivía en la capital, la que así opinó cuando la viejecita les explicaba los efectos que aquellos polvos azulados habían causado en el comportamiento del muchacho del cuento, no muchos minutos después de haberlos ingerido.

   Nos hemos de fiar de la abuela cuando dice que al principio solo fueron sensaciones alternas de frío y de calor, en diferentes partes de su cuerpo. Cuando todo hacía sospechar que el chaval terminaría por  volverse del todo loco, o al menos así lo pensase ante tan insólitas dislates térmicos, y seguramente a causa de la misma droga, lo que ocurrió es que aquello de tener un meñique helado y la nariz la mar de ardorosa y al momento le corriese por la espalda un escalofrío que (a mitad de camino) se volvió escalocalor, todo aquello  tan raro que notaba en su cuerpo le hacía un montón de gracia. Lejos de preocuparse por su salud y por su futuro (y por ende por el destino de la nación que un día no lejano reinaría), no paraba de reír. Dio a observar la abuela si también cabía la posibilidad de que el príncipe hubiese alcanzado la cota máxima de desdicha que un cuerpo podía contener (por más alteza que este cuerpo fuese). Hubo disparidad de opiniones entre la audiencia aunque las más de las niñas se adhiriesen a la facción de Carmina, que también reía y no paraba de decir que el niño estaba turulato. 

   Y es que, en el fondo, Luis, ¿qué es, sino locura, la felicidad?







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