Pocas han sido las veces en las que Gulliver se ha parado a pensar en cierta hipótesis que aventura la supremacía del género femenino humano en cuanto a inteligencia se refiere. Con lo dado que es a escudriñar conjeturas, desmigándolas, por ver si las verifica o las desmiente. Pocas, como digo, han sido las ocasiones en las que, ante tal aseveración, se ha quedado un rato ausente y ensimismado, por más que no lo pareciera y siguiese asintiendo a conversaciones en las que, francamente, ya no estaba.
Y las pocas de esas veces, tampoco ha llegado a un seguro cierto, al convencimiento. No han sido excesivas las féminas con las que, en profundidad, ha tratado hasta poder sopesar tales poderes o la ausencia de ellos. Y es tan amplio el abanico observado en la muestra, tales las desviaciones de la media en el alcance a que parecían poder llegar, que no se atrevería a apostar que la afirmación fuese cierta. Tampoco, y por idéntico motivo, osaría pensar lo contrario.
Bien es verdad que en ciertos ejemplares de cada género, elegidos entre los mejores, se atisba una sabiduría especial y, sospechamos, más allá de lo por nosotros comprensible. Lo más, lo más, ponernos cerca por ver si por arte de birbibirloque se nos pega aunque sea un poco.
Bansky al poder.
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