Miento al decir que se llamaba Moca pero creo que así es mejor. Secretaria de alto cargo. Había nacido para ello, parecía. Sabía estar. Controlaba la situación hasta cuando el jefe del cotarro (su jefe) había perdido el norte y no le apetecía sino llorar.
Sabía sonreír de mentiras, dándose cuenta de ello al primer vistazo, tanto ella como el interlocutor, mas no podía este sino contagiarse del gesto. Las llamadas "sonrisas de cable de acero". Casi diplomacia rusa. Aunque la estética era muy otra. Iba siempre hecha un pincel e, impepinablemente, con una minifadísima, cuando aquellas medidas de tela no eran ni habituales ni, quizá, prudentes. Era (y seguro que sigue siendo) muy guapa. Pero bajita y con esos movimientos respingones de las guapas bajitas. Todo garbo. La voz la tenía un poco ronca, de tanto fumar, y sus ojos no paraban quietos. Nos sacaría, a nada, ocho o diez años. Tenía un coche (igual que ella) pequeñito y juguetón, con el que revoloteaba por toda Segovia y sus callejones. No paraba. Se buscaba amigas atormentadas, recién separadas de sus maridos. Ella estaba casada y tenía un hijo que jugaba al baloncesto.
Paro de sopetón.
No estamos dibujando nada bien el personaje. Quizá sea conveniente dejarlo madurar, que se apropie otros ratos de nuestros pensamientos y así vaya apareciendo más nítido o por lo menos más real.
Tampoco vas a estar esta mañana mucho rato en la oficina, así que viva la incongruencia, quete planto el último disco entero que ha publicado Sting, el de los Police. Más tranquilo que entonces, habla de su pueblo natal, costero y con problemas. El último barco, como el nuestro. ¿Ya te había puesto algo, no?
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