miércoles, 4 de diciembre de 2013

Qué empresa, nuestra empresa


   Como ya hemos dicho en estas páginas, T tenía más vicio que una garrota. Aunque (por razones profesionales) supiese artes marciales, su carácter jovial y su naturaleza pacífica impedía que se viese metido en demasiados líos, pese a ese vicio que tenía y los efectos colaterales que suelen acompañarle Jimmy y yo en horario laboral nos limitábamos a darle un par de caladas al porro de la última ronda. Después nos íbamos con todos los gerifaltes de la Delegación a tomar unos vasitos a la Plaza Mayor, que estaba muy cerca. No era extraño que llegase un ordenanza sofocado a buscar (de bar en bar) al delegado o al secretario o al asesor. Eran otros tiempos y nuestra empresa, muy reciente, como de juguete. Otro ejemplo. Jimmy y yo éramos, no sé por qué artículo, los encargados de comprar todo el material informático. A nuestro aire. También íbamos los sábados por la mañana a trabajar, por la patilla. Queríamos hacer un programa desde el que pilotar totalmente el barco de la administración autonómica. Esos días sí que nos dejábamos invitar por el T a un tirito y de ahí esas ínfulas informáticas tan inabarcables. Nos lo pasábamos de cine. Eso sí, solo completamos los primeros esbozos de nuestro proyecto. Una página en la que, gracias al turbobasic, aparecía, junto al escudo de la Junta, un menú muy apañado con las consabidas entradas: altas, bajas, modificaciones, consultas y salir. Eso es la vida, a eso la hemos reducido, Luis.

   Cuando venía el Consejero de turno siempre nos le traían al despacho a que le enseñásemos. De toda la aplicación unicamente teníamos un mínimo ramal, cogido con alfileres, que era por donde le íbamos empujando al politiquillo. Das aquí a "consultas", luego seleccionas la consejería, luego vas aquí a "personal" y eliges al funcionario y puedes ver su vida laboral. Quedaba asombrado el animal del poderío de esas nuevas armas y por que no llevaba medallas encima que si no nos hubiera impuesto alguna.

    Los jefes de entonces eran como los de ahora pero a escala menor. Por falta de entreno o de poder, o simplemente de experiencia. Un delegado que no fue de los peores se empeñó en construir un edificio moderno donde albergar a toda su tropa. Lo tenía todo pensado. Yo le insistía que no había que olvidarse de la piscina, fundamental. Y Jimmy se ponía transcendente y le decía que sí, que era cojonudo construirse una pirámide para el día de mañana. 

   Otro jefecillo, este secretario territorial y niño a partes iguales, muy repelente, nos encargaba todos los años que le hiciésemos la declaración de la renta. Lo peculiar, si a ello llega, es que nos la mandaba hacer del revés, empezando por la cantidad que estimaba que le tenía la Hacienda pública que devolver. Conciencia social, servicio público. Se gastó, el muy cabrón, ochocientas mil pelas (de esas que son de todos) en un mueble donde posar el ordenador, en su despacho.Con su antojo podíamos haber comprado tres o cuatro equipos, lo que en aquel entonces era casi duplicar nuestros recursos rumbo al futuro. 








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