miércoles, 11 de diciembre de 2013

Lento proceder

   Todas las tardes sucedía lo mismo. Pero esta repetición de los juegos no les hacían menos jugosos. A veces ya no poníamos ni película. 

   Lo recuerdo como si fuese ahora mismo. Después de estar todo el día juntos, de aquí para allá, y de allí para acá, llegábamos a casa . No había que forzar conversaciones ni nada. Solo estar.

   El salón era amplio, luminoso. Al fondo, tras lo ventanales, la Bola del Mundo, que suena a algo severo pero que no deja de ser un lugar donde van los pijos a pijear. Desde lejos, eso sí, lucía franca y radiante, pero los habitantes de esa casa no hacíámos ni caso. Ni puto caso. Moca (no, no se llamaba Moca) se  sentaba en el sofá o en la mullida alfombra. Habíamos quitado la mesa y teníamos una alfombra mullida, casi un gimnasio de alfombra mullida. 

   Después de todo un día con Moca lo que menos te apetecía era pensar. Por su cabeza no sé lo que pasaría. O sí lo sé, pero era tan vorágine que no vale la pena desenmarañarlo aquí. Nos íbamos acercando casi como gatos en pelea, con movimientos lentos pero evidentes. Cuidado que nos pasó veces pero (a efectos prácticos) siempre era como la primera vez. Cuando ya estaba yo muy cerca le salía en la braguita una manchita de humedad. Con lo lento que procedíamos y cómo se aceleraba uno por dentro. 

   Así ya muy cerca nos frotábamos la cabeza contra el hombro del otro. Nos quedábamos callados o seguíamos hablando de cualquier cosa, de lo que estuviésemos hablando, que no tenía ninguna relación con aquello que se iba también acercando cada vez más. Yo LE tocaba y la manchita se extendía de lado a lado. Ella me buscaba hasta encontrarme y en la conversación entraban gemiditos que nada tenían que ver con la conversación. La conversación a veces se interrumpía cuando no tenía que interrumpirse, por culpa de unos besos que no puedo sino calificar de rabiosos. En la tele Melanie Griffith llevaba peluca y casi seguro que sonaba algo salvaje. 

   Pero hasta la tele era entonces de otro mundo.



   Nunca pasamos de ahí, por así decirlo. Ignoro los motivos, si tiene que haberlos. Solo nos restregábamos y nos toqueteábamos muy pero que muy despacito, que a mí me parecía raro con la vorágine, despacito pero sin pausa, hasta que nos pegábamos la gran corrida, normalmente yo encima de ella, y nos quedábamos así un ratito pequeño. Luego Moca (jijijí, jajajá) metía sus cosas en el bolso y me decía chau, hasta mañana.

   Algunas veces nos regalábamos nuestras bocas, nuestras lenguas, que al acariciar el sexo del otro también cortaban la conversación por un momento.



  





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