Se echó un amante que no era otro que mi mejor amigo, al que casi duplicaba en edad. No digamos ya en talento y recorrido. Mi amigo se obnubiló y así estuvo mucho rato. Le traía y le llevaba a su antojo. Y a mí con ellos, muchas de las veces. Yo me preguntaba que a qué tanto correr para no llegar a ningún lado. Todo era un frenesí. Con sus zonas peligrosas, claro.
Llegué a conocerla muy bien.
Luego mi amigo volvió a su tierra natal y me dejó a mí al cargo. No sabía muy bien qué hacer con ella. Nos paseábamos el uno al otro, por toda Segovia. Y cuando nos cansábamos de beber y de comer en los sitios más chorras y más caros, nos íbamos a casa y nos poníamos una peli en el salón. Pero no era muy de cine. Y entre eso y que al medio tumbarse en el sofá se le veían unas braguitas inmaculadas...
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