Ahora va a resultar que me estoy borrando.
Ahora resulta que voy a empezar a deshacerme como (sí) un azucarillo, como las ilusiones, como los buenos recuerdos.
Ahora resulta que me derrito, que me diluyo, que voy a empezar a desaparecer.
Pero, quizá mejor, me explico.
Hoy estaba tomando algo con un amigo. Tan ricamente. Y de repente me ha dicho que qué me pasaba en los ojos. Le da mucha importancia a los ojos, mi amigo, por lo que casi ni me he alterado. Aunque he repasado mis últimos días en busca de excesos que motivasen un abultamiento en las ya intrínsecas ojeras o que hubiesen provocado algún pequeño derrame arterial. Mas no, no se trataba de eso.
Me ha dicho que era como que el iris se estuviese poniendo de otro color por los extremos exteriores. No me ha sabido explicar muy bien. Como voy de despreocupado por la vida lo que no he hecho ha sido salir corriendo hasta los baños a ver (¿cómo decirlo?) mi estado visual.
Algo que, por supuesto, he corrido a hacer en cuanto me he quedado solo. Y bueno...
...que efectivamente, me estoy borrando. Ya que resulta que mis iris sufren una decoloración muy evidente en su corona exterior, más acentuada en la parte superior. Algo de eso ya me decía mi amigo, que parecía que, con mi caidita de mirada, se estuviese poniendo blanca la parte de arriba de la esfera, en la que no me da el sol.
Como no soy hipocondriaco, he corrido al google, simplemente a ver qué contaban, sabiendo de los peligros que dicha actitud conlleva. De todo. Aunque lo más aproximado (dentro de mi profanidad) tiraba a tener que ver con la edad y con la hipercolesterolemia.
Luego he pensado en ti, que también eres muy mirado para los ojos (si me permites la tontería fácil). Y que seguro que estabas al tanto. Pero he preferido no preguntarte.
Y acto seguido, me ha venido a la mente la importancia que mi hermana Bego le daba a los iris, reflejo del mundo o por lo menos del mundo interior.
Lo mismo que las orejas o las plantas de los pies, que para el conocedor se convierten en mapas del homúnculo que cada uno somos, que se nos ponen así cuando vamos desarrollándonos en el útero materno y son clavaditas a nosotros de fetos encogidos y aún nonatos. Pues con el iris pasa lo mismo. Para el conocedor, claro.
El iris como espejo del mundo, como explicación principal, como oráculo total, como el gran mandala de mi ser.
Y va y a mí se me empiezan a borrar.
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