Valladolid era el lugar sin nada, una horrenda capital postiza. Sucia y anodina. No proclamaba entonces (ni lo hago ahora) el odio de los tópicos aunque estos, sin yo darme cuenta, me habían confeccionado la guía de estancia. Casi no tenía ni curiosidad.
Además, el mundo ya empezaba a empequeñecer y el decorado me era familiar. Había estado muchas veces. Solíamos acercarnos allí desde Segovia una vez por mes (aprox.). Teníamos unas amigas universitarias que nos seguían muy bien el juego. Les gustaba la fiesta y hacer el tonto, ¿para qué más?
Familia adoptiva de colegio mayor, de cuatro componentes. Dos eran de Santander, las más bellas, una de Salamanca (Inma, ¿eras de Salamanca?). Y la que había servido de enlace era Rocío, de Burgos. Mi querida Rou, que es harto raro que no haya aparecido por estas páginas ya que se trata de personaje tranversal en mi vida. O se trataba, que ahora, con la niñas, con los líos, casi no nos vemos. El otro día coincidimos en la fiesta de cumpleaños de un amigo y no nos lo podíamos ni creer. Rou calculó que hacía dos años. Yo, que tiendo a exagerado, pienso que no llegaría a tanto pero que ya nos vale.
Y Rou, ¿cómo había llegado hasta nosotros? Pues casi en cadena de amigos. Pepe mantenía su pandilla del colegio. Era una pandilla porque, pese a ser sus componentes bien distintos entre sí, les unía una cualidad que ahora callaré pero que es muy de suponer. Varios de esos miembros tenían un grupo musical que fue medio puntero en Burgos, por aquellos años. Eran pésimos. De hecho, un par de ellos siguen ensayando, tanto y tanto tiempo después, su buena ración semanal, y siguen siendo igual de pésimos. Rou era la novia del bajista, un clásico. Estuvimos en la puesta de largo de la banda, o en la presentación de su único disco, qué sé yo. Se llamaban Los Presos de la Época, para que te sigas haciendo idea. No recuerdo gran cosa de aquella noche. Solo que, ya bastante discurrida la mañana siguiente, llegamos Rou y yo a mi coche y allí estaba, en la bandeja trasera, el disco de marras, totalmente combado por el calor del sol, inservible. Creo que le dimos el cambiazo a algún conocido porque, ahora que lo he comprobado, el disco lo tengo en perfectas condiciones.
Me fui a la cama a la hora de comer y no sería ya ese día sino el siguiente, en Segovia, que descubrí en un bolsillo del pantalón el tarjetón de entrada al concierto, con alguna frase contundente y el número de teléfono de Rocío, escrito todo con la letra más perfecta que haya conocido yo en mi vida.
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