martes, 14 de enero de 2014

Sueño 8

   Y dale con los sueños, Gulliver. ¿Pero tanto pánico te da seguir el camino, tanto miedo tienes a gastarte el pasado y luego a ver qué?


   Esta vez hemos cambiado de lugar. Nos hemos visto en una chopera confortable. Estamos pescando cangrejos. Hablo en plural pero no me acuerdo de quién es mi compañía. 


   Cuando era pequeño, en los veranos de Silos, mi padre me llevaba a pescar cangrejos. Igual ya te lo he contado pero hace tanto. 


   Un día, se ve que no andaba muy católico (mi padre) y en vez de ir él regaló el pedazo de permiso para el coto del Mataviejas a una de las hijas de su amigo el veterinario, con la única condición de que me acompañase en la jornada. 

   Sí, definitivamente ya te lo he contado, pero pensando en el sueño de esta noche he saltado a aquel otro día de ensueño. Creo que fue la primera vez en la que se me despertó eso que llaman el apetito sexual. Ya que las dos hijas de su amigo el veterinario eran lo más parecido que a diosas por aquel entonces había visto yo. Eran mellizas de las que no se parecen más de lo que se parecen los meros hermanos. (Jo, qué lío). La una tenía el pelo negro y la otra castaño. La morena lo tenía más corto que la otra. Ambas caras eran perfectas, dentro de lo que marcan los cánones clásicos. Tenían dos o tres años más que yo, que a lo mejor tenía once o doce. 

   ¿Te puedes creer que no me acuerdo de si fui con la morena o con la otra? Pobre chavala, qué día le daría. Yo allí callado, con toda la vergüenza del mundo, que era mía en aquel tiempo, mirando a escondidas el superminishort que vestía, un pantaloncín vaquero mínimo, recortado, no se veía entonces a mujeres tan poco pudorosas pero eran muy modernas las hijas del veterinario. Y la camisetita, blanca, con algún dibujo. Así, todo el día.








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