Aclaremos, antes de que el título de esta entrada nos lleve a equívocos, que no creemos en las poderosas artes de la diosa Fortuna, por más que sepamos que esta exista, antojadiza, esquiva.
Habrá otros momentos en este cuaderno para defender tan insólita postura pero no será este, ya que el mismo quiere ir dedicado quizá a otra diosa, celta y que atiende por Artio, a la que encargaron el cuidado de los bosques.
Y así, la suerte a que esta vez nos referimos nada tiene que ver con hados ni farios, sino con el inmenso papelón que me ha caído encima de mis enclenques hombros. Madre de dios, me ha tocado un trozo de bosque de veras enorme y plagado de vegetación de diverso calibre y peligrosidad, al que habremos de dejar, o esa es nuestra intención, tal cual está la Isla, por poner un ejemplo que me encantaba. Hace tiempo que no voy.
Menos mal que Basilio ha estado presto a echarnos al menos un par de manos. Y además no lleva anillos que se le puedan caer. Pero, ¡qué acerelación! No tenemos herramienta ni medio de transporte de los troncos. Y lo que menos tenemos es lo peor porque no tenemos ni puta idea de cómo empezar. Ahí estará Basilio, de nuevo, pero aún así.
Y más Basilio, ya que esta que canta bien podría ser su hermana un par de años mayor.
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