viernes, 24 de julio de 2015

   Puse aquel tiesto en el lugar más seguro del maletero y luego en el menos ventoso del jardín. Y allí pasó el invierno. Ya en febrero comprobé que dos de los vástagos no habían sobrevivido a la crudeza del tiempo. Y los dos restantes tampoco tenían buena pinta. Aún así los planté en dos lugares como camas. Y llegó San Juan y solo habían dado unos brotes raquíticos que se habían convertido poco después en frágiles ramitas de la largura de un meñique. Yo iba a verlas todos los días, varias veces. 

   También las hojas que empezaron a salirle a las ramitas eran diminutas y enfermizas, no terminaban de desenrollarse. Y llegó otro invierno y antes ya veía yo que uno de los dos plantones no iba a aguantarle. Dejé que otras hierbas le cubrieran. 

   Ha vuelto a llegar la primavera y yo todos los días me acercaba al único ejemplar que me quedaba, por notar en él síntomas de vida. Y sí. Empezó a echar unos brotes más normales y crecieron hacia el cielo dos ramitas, solo dos, pero con el adecuado vigor.

   Luego hubo un accidente ya que Tron, en una de sus desaforadas carreras, se olvidó de unos palos de ciruelo que había clavado yo allí con el objeto de que no entrase en el parterre. Y cascó una de las ramas. Cuando lo vi, amontoné la tierra para taponar la herida. Y fíjate, la que se está secando es la otra rama. La que se cascó ha seguido para arriba y un día, ya hace un mes, dio un brote de flor pero que ha ido creciendo poco a poco. Y ha sido un sinvivir, intentando adivinar el color con el que saldría la rosa. ¿Roja?, ¿vino tinto?, ¿perla?... Una rosa es una rosa es una...








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