viernes, 2 de octubre de 2015

   Recuerdo de una vez, que paseábamos por la orilla de un río. Veníamos de una rosaleda cercana, de mil olores y también numerosos colores. 

   Recuerdo, justo antes, cómo bajábamos por una calle empinada, entrelazándonos.  Cerca del Patio Herreriano. 

   Me acuerdo de su risa, aquella vez sincera y  profunda. 



   El río era el Pisuerga, a su paso por Valladolid. Y aprovechando esto paseábamos a su orilla. Baldosas rotas, olor fuerte, excesivamente fuerte. Ya era de noche.

   Justo enfrente del edificio de las mil alturas, vacío entonces de humanidad, oímos, en entrechocar, unas barcazas. 

   Nunca había visto a nadie por aquellas aguas el Marino navegar en esos lanchotes mínimos, botecitos para los turistas. A lo sumo, alguna piragüista del equipo de la Universidad, con canoa reglamentaria. 

   Por la hora y en contraste con la luz urbana, a los lanchotes casi no se les veía.



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