Había también filminas. Estas eran todas del mismo autor, eso se notaba con solo mirarlas al trasluz.
El Marino se sienta a escribir. Nunca sabe qué contará. Anda por ahí un hilo argumental al que asirse bien que mal.
Cuando ya lleva un rato le duele un poco la espalda (no, ya no es el muchacho que quiere ser). Entonces se levanta con torpeza y se estira como los galgos (qué buen día de caza).
Abre la tapa del cajón de las fotos y elige a voleo la zona donde meter la mano y entresacar un puñado.
Como cree que existía un orden previo en las instantáneas, posiblemente cronológico, intenta, una vez ha optado por una, devolver el resto al mismo lugar. Pero como por su propia presión, una vez sacado el manojo, se han apretado marciales las filas y no queda rasgo de agujero, el resarcimiento es solo aproximado.
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