miércoles, 10 de junio de 2015

   Pasó la tarde y se adentró la noche en sus aposentos. Iba bien terciada ya la segunda botella de vino. Gulliver seguía picoteando en los folios. A veces, la lectura le enganchaba y leía unos cuantos seguidos. De mucho de lo que, sin duda, escribió ya ni se acuerda. 

   Cuando notó en sus ojos que el cansancio le vencía, volvió a colocar los folios en un solo montón, puso encima una corazón de piedra, de la montaña segoviana, que tenía allí como pisapapeles. La gata ya tenía una edad pero pudiera pasar que por la ventana abierta entrase sin pretenderlo un gorrión. Y nada costaba prevenir el desaguisado. 

   Se estiró como los galgos. Y de camino a la piltra  (apenas tres metros) decidió que a la mañana siguiente empezaría a escribir el final de esta historia.











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