lunes, 23 de septiembre de 2013


    Cómo se estiran los galgos. Que buen día de caza.

   Cuando el muchacho marino tiene unos días ociosos en sus tareas de contar, va por las calles de los lugares que visita apuntando sucedidos, reteniendo ocurrencias, contando paisajes con los dedos de las manos. Varias veces. No descansa. Luego, cuando vuelve a empuñar la pluma de faisán y escarba en la memoria, por buscar qué contarte, no encuentra la puntita del hilo ni para la madre que lo parió. 

   A mayor tiempo inactivo, mayor es el esfuerzo que tiene que hacer para no dedicarse a otros menesteres si no más urgentes, más fáciles. Que no más gratos. 

   Pero, con estas aventuras de sillón, ha aprendido a estarse quieto. Castigado. Hasta que por cualquier esquina aparece... no sé, un muchacho. O una vieja. O el extremo de un cigarrillo recién encendido. Y ya es asomarse por allí, poniéndose de puntillas, y notar que es por allí que anda la madeja.Y anotar. Anotar las primeras sandeces que le vengan a las mientes. Gulliver es práctico. Lo mismo puedes estar con él en el trabajo que llevártelo como libro de bolsillo. Para playa y montaña, el Gulliver. Y tan solo reclama que le acaricies la cabeza cuando está cerca. Con solo eso ya se pone contento, el Gulliver.










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