miércoles, 4 de septiembre de 2013

El largo final de Enrique IV (2)

   Se nos quedó Gulliver el lunes colgando literalmente del relato. Y escaleras hacia abajo, encima, con el vértigo que tiene. 


...

   Sí, El Mecánico me arrastró hasta su piso y, cuando llegamos a la cocina, me soltó la manga y se volvió hacia mí con lo que no supe si era un gesto de animaversión o de súplica. La verdad es que el espectáculo era digno de contemplar y el paseo había merecido la pena. Y estaba el aforo casi agotado de otros vecinos pero con las mismas características que los de arriba. 

   De toda la extensión del techo de habitáculo llovía. Sí, caían fuerte unos goterones más adecuados a cielos abiertos y primaverales pero así es la vida. Puse mi gesto de estar sumamente apenado y le comuniqué que desde hacía apenas unas horas había dejado de ser inquilino en aquel edificio y por lo tanto su antiguo vecino, pero que no tendría ningún incoveniente en ponerles en aviso al resto de mis antiguos compañeros sobre los sucedidos  que acababa de presenciar. Invoqué, por si mis razonamientos no hubiesen sido del todo comprendidos o fueren considerados insuficientes, la existencia de una póliza de seguro que sin duda cubriría los gastos por el arreglo de los desperfectos.  El autobús hacia Pucela no tardaba en salir, así que me despedí un poco aturulladamente y les aconsejé sobre la conveniencia de apagar la electricidad de la casa ya que justo por donde más chorreaba era por la bombilla monta y lironda que colgaba del techo de la cocina y que, no sé por qué motivo, estaba encendida. 



  Podría un lector no avisado pensar que, con estas sensatas palabras, el Marino pondría fin a esta grata etapa de su viaje y partiría hacia otros mundos, en la incansable busca de nuevos avatares. El camino. 

   No, ese lector no me conoce. Quedan dentro de los vericuetos de esta bitácora personas queridas, personas curiosas, sucedidos y algún que otro viaje (este ya en espiral) dentro de mi estancia segoviana. Por tener, tenemos (y frescas, oiga) algunas  anécdotas todavía en aquel piso del que no terminamos de salir. Aunque lo que pretendo contar (sí, Luis, será ya en otro gulliver) se puede decir que ocurrió de un modo post mórtem, casi al modo de las andanzas del Cid. O también, de las cosas que tiene la vida para terminar por dejar todos los hilos bien atados, como si Jose fuese un nuevo Conde de Montecristo, pues no hubo venganza sino perdón. Sin yo haberlo previsto, que tiene más mérito. Siempre igual, con los espejos y los negativos de mi propio yo.




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