martes, 3 de septiembre de 2013

El Mecánico

   Parece mentira, que un personaje tan tangencial en mi vida nos vaya a dar para gulli y medio. Para que luego digan.



   Si exceptuamos las no demasiadas veces que nos le habíamos cruzado en el ascensor, acompañado casi todas por una rubia alta y fea de pelos cardados, con el vecino hablamos tres veces. O dos, ya que en esta última que ayer te contaba, la verdad es que el señor no articuló palabra. Estas son las otras dos:

   Llevábamos poco viviendo allí. Es hasta probable que celebrásemos una fiestuqui de inauguración. En lo más álgido de la noche llamaron a la puerta y era él. Nos miraba con entrecejo y la verdad es que aquella vez, tampoco habló mucho. Le pedimos mil perdones, descojonados de la risa, y le aseguramos que íbamos a hacer todo lo que en nuestra mano estuviese para que el ruido se fuese sofocando en el menor tiempo posible. Di que se había portado como todo un caballero, aguantando mecha hasta las tres de la mañana.

   La segunda vez se produjo apenas habría transcurrido una semana de lo anterior. Serían las doce de una noche de verano. Le abrí la puerta y, lo que son las cosas, aquella vez tampoco recuerdo haberle oído pronunciar ni una frase. Sonreía con seguridad y abría y cerraba los ojos como dándolo todo por supuesto. Le cogí de la mano y le llevé hasta mi cuarto, que estaba al fondo de la casa y era el único lugar desde el que, en aquel momento, salía algún sonido. Le hice ver que era una música tranquilita, que sonaba apenas como un susurro. Y le mande a tomar por el culo. No lo volvimos a ver llamando por casa hasta el día de mi partida.



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