A este fijo que lo conoces. A él y a su trikitixa, que es casi una redundancia pues Kepa es el hombre a ese acordeón pegado.
Es también esta, como la del viernes, música espiritual o al menos muy enraizada. Ya sabes qué en serio se toman esas gentes lo de sus tradiciones y sus orígenes, en la eterna búsqueda de identidades e incluso ADNs, que ahí es nada, con conflicto y todo. Gulliver es apolítico en lo sentimental lo cual no quiere decir que sea apolíticamente correcto. Eso sí, tiene muy claro que las fronteras, desde su innominado navío, se ven sólo como pajas mentales, que son difusas, al verlas, el pequeño gran Gulliver, como recuerdos antiguos, relatos de ciego con bastón para apuntar.
A Kepa Junquera le oímos hace unos años, en el salón que la entonces Caja de Ahorros Municipal tiene al principio de la avenida Cantabria. Estaríamos Quique y yo, quizá alguien más. Como siempre, nada más acomodarnos en los mullidos asientos, comentamos que no era lugar, quizá pensando en ibarrólicos bosques, y si además de ibarrólicos eran aquelárricos, pues mejor. Pero se obró el milagro y vimos concedido nuestro deseo ya que al poco de empezar a sonar una flauta enorme, la madre de todas las flautas, el flautón de los sueños más húmedos de Bartolo, con un timbre más que grave y lejano, desapareció el salón con toda su pomposidad y nos cubrió una cúpula de estrellas y demás astros. El mundo, sí, el mundo es lo que teníamos encima.
Aunque no te haya sabido a poco, no me arredro e incluyo otra canción del bilbaíno acompañado por esa gran dama que es Dulce Pontes, a la que no tardando mucho traeremos de visita a este país.
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