Son ya muchos los años consecutivos que fondea el marino en la época estival en estas playas. Es como quien cae siempre en el mismo derrotero. Recuerdo sus años fotógrafos. Se ponía los ojos de ver y craecs, craecs, todo eran imágenes a su alrededor. Imágenes quietas y persistentes. Paradas en este tiempo canario tan sin prisas. Fíjate que muchos años después, en el más puro presente, aún reconozco muchas de aquellas fotos. El tiempo parado, el tiempo quieto.
Pero hay una imagen que nunca pude hacer. Y eso que pretendía ser el compendio o al menos la que me iba a servir de título para estos derroteros veraniegos.
Subiendo hacia Granadilla, al poco de dejar la autovía que dibuja todo el oriente de la isla, en una zona bastante degradada, destaca entre otras una nave sin ventanas. Tiene el techo rojo y un curioso cartel. Pone "Fijaciones canarias".
¿Qué mejor encabezamiento para la colección de postales, de cientos, de miles, que, por lo que veo, todavía andan por los entresijos de este ordenador, desde el que ahora escribo?
Mis fijaciones canarias, que nunca te contaré si no es a través de estas imágenes que me he pensado pueden ser apropiadas para estos días de trago largo y escritura floja.
Hay gatos, ventanas, soles... Cientos de soles encendidos. Y buganvillas de todos los colores del universo. Hay muchas maniquís de tiendas de superlujazo. Y el agua. Hay contagios de la tontura que tienen la mayoría de los turistas aquí. Yo creo que ya vienen de casa con toda la caraja del mundo y no se despabilan ni una miaja. Incluso todo va a peor por querer hacerlo todo tan bien, que les entran las prisas y los miedos a, por ejemplo, equivocarse de la guagua y terminar en el Médano en vez de en el Loro Park. Cuán más bonito es el Médano pero ellos siguen con sus trece y su aceleración.
Hay caballos de parques infantiles, unos cuantos, y hay toallas puestas a secar. Hay cantos amontonados, piedras que enromaron las olas. Y baldosas felices y más gatos.