Hoy toca fideuá y ya tengo todas las cosas. Su mejillón limpito, sus cachos de cherne, gamba y langostino, calamar calamar, las chirlillas bien prietas, su caldo y su cosa güena.
A la vuelta de la compra siempre me tomo unas cervezas y me leo el periódico.
Soy dicharachero así que cuando se sientan en la mesa de enfrente dos niñas mujeres, destierro mis vergüenzas y las invito a sentarse en la mía. Mi inglés no es fluido. Casi ni chapurreado. Lo cual complica mucho la existencia pero me pongo Gulliver. Total qué más da. La primera frase me sale de corrido, sin traducir.
-But what two prettypretty lovely girls!
Vienen absolutamente equipadas. Vestidos vaporosos, entre el translúcido y el transparente. Son dos. Dios mío. Veinticinco, veintiseis años. Eso se lo sé preguntar pero no arriesgo. Les repito lo de what two beautiful girls. Hago que me mareo. Se piden dos cafés con copete de helado, para dar más morbo cuando cogen con la cuchara la puntita de arriba, todo espuma y alboroto. Son rusas, me dicen pero yo me lo creo a medias. Una, en la que me fijo menos al principio, es rubia y calza una sandalias con taconazo, por acercarse a la estatura de su amiga. Lleva una camisola abierta y la parte de arriba del biquini como tarjeta de visita. Dos buenas tetas, sí señor, normal, a esa edad. Se lo indico con una mirada dirigida. Y ella se ríe. La otra es una niña diosa. No sabe qué hacer con su cuerpo. Se estira como una pantera. Se estira como una garza. Se sacude el pelo, esto ya como una leona. Yo nada más se decir: My God! Vienen bien equipadas. Un mac y teléfonos de última generación. Les advierto de esos peligros. But this thing you could do in your country. Now, here, you must dance, eat the sun, be happy. Qué tosco es mi idioma. Se ríen como que entendieran algo. Fuman como si fuese la primera vez, con pitadas cortas y tragándose el humo como se traga la vida. Les tenía que haber preguntado sus nombres.
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