lunes, 29 de julio de 2013

El pez en el agua

   En esta casa tan repleta de terrazas con buganvillas y plantas de ese pelo, y en la que mora una niña, aunque ya jovencita, no podía faltar una pecera. He realizado un estudio no excesivamente científico pero con un muestreo a mi modo de ver suficiente, y puedes apostar, Luis, que si se dan los dos factores (casa más niña casi mujer), es impepinable que exista una pecera. He llegado, con mis observaciones, un poco más allá. Es bastante probable que  el fondo  esté cubierto de piedras de colores. En esta, mi dacha veraniega, las piedras son como confites pringados de neón. Son mayoría las de color naranja y amarillo. Espero, por el bien del pececillo, que no resplandezcan con la noche, cuando no estemos. 

   Otro de los resultados de mi estudio es que en las casas con niña patatín, las peceras son habitadas por un único ejemplar, que lo que pierde en oportunidades de entretenimiento lo va ganando en tamaño e independencia. Se suelen adquirir dos o tres ejemplares. Más es malcriar. Y al poco de llevárselos uno a casa ve que los animales, día a día, van perdiendo movilidad y pigmento y a mucho no tardar, hay que darles sepultura. Cuando queda el último te dices, a este le va a pasar similar, con lo que, o son los bichos repuestos o la pecera se traslada al trastero en espera de mejores ocasiones. Pero el  pez que queda, el último pez, se va aferrando a la vida y, al poco, ves cómo se aclimata y engorda y se hace el dueñito del lugar.




   En la pecera de mi sobrina Lara solo mora un pez. Ayer mi cuñado le cambió de agua. En el más literal de los sentidos. Y a los diez minutos observé con gran preocupación que el pez flotaba boca arriba en la más absoluta rigidez.  

   -Manolo. El pececito ha palmao

   Y mi cuñado me sonrió con ese aire tan canario que con los años se le ha quedado y enseguida  se puso a pensar en otra cosa. Me lo hace a menudo. Lo de mirarte como que no sepa quién eres y de qué le estás hablando. Y sigue a sus asuntos, que le embeben y obnubilan. No es mala educación. Es que no sabe hacerlo de otra manera. A veces juego a adivinar  la esencia de sus pensamientos. Y suelo acertar. No por poseer yo dotes proféticas y de otros  tipos, sino porque se adueñan de su mente ideas sólidas, concretas, muy del día a día. No tienes más que hacer la pregunta adecuada, que tiene que ser simple y fácil de resolver, que Manolo engarza la pregunta con su conversación interna y sigue hablando consigo mismo, pero esta vez en alto, y eso significa que sí, has adivinado sus pensamientos. 

   Una vez arrastrado de ese modo al terrenal suelo, le insistes en que el pez tiene todas las trazas de estar muerto. No te lo puedes creer porque, una vez te ha aclarado que en la última ocasión  le pasó parecido, vuelve a zambullirse sin remedio en su nube particular. 

   Mas también es cierto que ahora mismo, en la pecera, que tengo aquí al lado del cuadro de mandos, casi revolotea el jodido pececillo.


Pececillo de tiras de cartulina.







  

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