miércoles, 17 de julio de 2013

Más sobre la vida

   Recuerdo otros momentos con César, en los que no todo era tan bucólico y se llenaba aquello de nervios y de mala baba. Y de angustias y de prisas y de llantos. Pero no ensuciaré las páginas de estas crónicas con esas inmundicias tan sabidas y tan tristes. 



   Así que vamos a acercarnos al Chiringo, ya el primer día de su apertura anual.  Eso significa que empieza a hacer buen tiempo. Voy con Jimmy. Me suena que llegamos de una sobremesa y les ayudamos a montar la terraza. Nos cuentan que Luis está jodido y que quizá deba marcharse unos meses fuera, en breve. Sentada no muy lejos, su novia, severa, asiente. Así que para ese año han contratado a dos amigas para que les echen una mano. 

   Pero en vez de dos amigas, al rato, viene toda una pandilla, quizá seis. Y como alborotando. Todas han estado estudiando fuera. Nos adoptan rápido, al Jimmy y a mí. No sin antes haber tenido que sufrir sus muchas agudezas y chanzas. Con cierto estoicismo por nuestra parte, cansino, a veces, para qué negarlo. A Jimmy enseguida, esa misma tarde, le noto sus predilecciones. Y claro, van dirigidas a la más guerrera, con nombre sonoro y lengua afilada, solo me acuerdo de eso. Ella también lo sabe y se hace de rogar. Pasamos allí muchas de nuestras ociosas tardes de funcionarios. Supongo que a mí también se me notaban pronto las predilecciones.

   Cristina acaba de terminar una relación amorosa con un chico que se llamaba Jose, como yo. O estaban ambos en ese momento  que los anglófonos llaman the edge, en el cual aún se ignora para qué lado de la red va a caer la pelotita. Lo que viene a llamarse un tira y afloja. Dicho chaval también estaba enganchado a la heroína, lo que nos tendría que hacer reflexionar del peligro intrínseco a vivir en ciudades de tamaño medio o pequeño y cercanas a una gran urbe. A mí me lo explicó muy bien otro genuino personaje segoviano, al que todos llamaban El Aborigen. Era puro nervio, medio gitano, barba cerrada de malo de western, bruto y homosexual. Bailaba de una forma muy particular, a contranota, con movimientos arrítmicos y electrizados, y a nada que te descuidabas te agarraba por el pecho y te propinaba un potente morreo. Si te dejabas agarrar ya te podías ir dando por besado porque tenía una fuerza descomunal, que entrenaba día a día, ya que trabajaba en el mundo de las mudanzas. Para la Junta hizo un par de trabajos y solo entonces entendió de la importancia de la palabra escrita. "Cómo pesa la cabrona de la cultura", nos decía mientras se arrascaba la mollera en los descansos de subir o bajar cajas de algún archivo. A Jimmy le tenía un especial cariño, que quizá se sobrepusiese con los territorios del amor, por lo que nunca tuvimos problemas con él. Ya que tenía un beber raro. Y preparaba unas trifulcas de las de terminar en comisaría todo quisqui. Pero cuando estaba tranquilo era una persona digna de escuchar, con su habla destartalada de temprano abandono escolar. Tenía unas teorías harto curiosas sobre el funcionamiento del mundo en general y sobre las situaciones concretas, ya cuando puntualizaba más. También estaba enganchado a la heroína y ya me preguntarás, Luis, si había alguien en aquella ciudad en su sano juicio. Oigamos las explicaciones del Aborigen.

   En todas los centros urbanos y en los rurales de cierta entidad, existe una proporción significativa de jóvenes, que, por el mero hecho de serlo, se toman la vida como una aventura. Tienden a experimentar con todo lo prohibido, se adentran en zonas de sombra para sus progenitores y, bueno, disfrutan lo que pueden. Estas actividades suelen circunscribirse a su tiempo de ocio y a horarios nocturnos. El resto del tiempo llevan lo que llamamos una vida normal, adaptada. Pero siempre hay chavales que, bien por su entorno familiar y social, bien por poseer un no muy elevado coeficiente intelectual, bien por factores genéticos o por cualquier otra causa que ahora se nos escape, se apartan del rebaño irremediablemente. Y se echan a perder. En ciudades como la que nos ocupa, al ser no demasiado grande su población se da el hecho de que se conoce todo el mundo. Por su proximidad con Madrid, la consecución de sustancias prohibidas suele ser más sencilla que en lugares más alejados de tales grandes urbes. Al unirse estas dos características, en Segovia se da el caso de que si alguien fuma porros enseguida todo el mundo sabe que fuma porros. Rápidamente, la casta social de los biempensantes estigmatizan a la oveja descarriada y se la intenta hacer el vacío, para evitar contagios. Con lo que ya da igual que el apartado del grupo se dedique a la marihuana que a juegos mucho más peligrosos. Una vez arrojado al submundo, las posibilidades de volver son remotas.

   No se expresaba en estos términos sino mucho más exacta y precisamente. Con grandes aspavientos, además, y los ojazos negros bien abiertos encajonados entre una frente prominente y sus pétreos pómulos. Sí, le metía pasión al asunto el Aborigen, daba gloria escucharle. Y por no apartarse en nada de su discurso, no anduvo esperando a que abandonasé yo esa ciudad, no mucho tiempo después, para morirse de sobredosis como un perro. Como se murió Luis y algún que otro amigo en una ciudad en la que no tenía tantos. 

   Terminan hoy las palabras del marino por donde no querían empezar. Prevención, políticos de pacotilla, que así suele ocurrir con las palabras cuando se callan, se turcen, se tapan, se vuelven cochinas mentiras. 

   Pero no te enciendas, Gulliver, ni te metas en semejantes atolladeros.


    Llega una tormenta. Se la ve llegar y, por si fuera poco, pasan los pájaros en vuelo rasante, volando rápido a sus refugios. Y eso suele ser un bonito espectáculo. 

   Dejaremos, así pues, al Abo con sus razonamientos internos y a la pareja ya rota haciendo equilibrismos dolorosos en el filo de la red.




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