Como iban resultando un tanto infructuosos los intentos para que te acercases con un mínimo de cariño o al menos intención a esto que aquí hemos llamado (quizá machaconamente) música pop(ular), el pillo de Gulliver cambió de rumbo. ¿O fue de estrategia? Seguía habiendo cada día aditamento sonoro pero este ya no ocupaba el ancho del campo de juego sino, digamos, que hacía de correbandas. Así que como marino que se precia, empezó Gulliver a relatarte (con más pasión que ventura, reconozcámoslo, con menos maña que fuerza) sus aventurados viajes al encuentro del amor, oh. Eso que llaman autobiografía. Pero como las vidas, para ser contadas, han de tener una sustancia que ni la suya ni la mía poseen, llegó un momento en que la bitácora se convirtió, ella solita, en un tótum revolútum de la de dios, donde cabían más rotos que descosidos. Lo mismo nos valía una trócola que el fruto del totumo que la vecina del cuarto que encima llevaba el nombre de la santísima Trinidad. A medias , decidimos que íbamos a meterle al asunto un 37% de irrealidad. Y mal que bien, también en esto vamos cumpliendo, el marino y servidor.
Peeeero...
Pero oteó nuestro vigía del barco flamenco, querida Prudimeri, tierras que creíamos amigas, no menos que el conocido Valle de Olid, y fue cuando se nos fueron los plomos a la mierda.
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