La otra no fue menos didáctica.
Ocurrían robos, en aquel campamento que ahora me acuerdo que se llamada de Santa María la Mayor. Por más que he buscado, nunca encontré atisbo de campamento dedicado a su hermana pequeña o menor, aunque quizá exista.
Lo de ocurrir robos tenía una importancia capital en nuestras incipientes conciencias. Y si así no fuese, ya estaban allí los mandos para recordárnoslo a cada rato. Tenía el asunto su mandamiento y todo, el séptimo si la memoria no me falla, solo alejado dos puestos del quinto, súmmum este de la maldad, lo peor de lo peor.
La verdad es que eran hurtos de poca monta pero su progresiva acumulación fue dándoles un cariz casi de presencia demoníaca. Y es que ocurrían a cada rato. Aquello se les podía ir de las manos.
Yo, por experiencia, tenía fundadas sospechas de quién podía ser el autor de al menos parte de las sustracciones pero ya entonces no era amigo de las delaciones.
Hay libro de instrucciones, Luis. Yo lo he visto. Hay decálogo o norma de procedimiento, manual, qué sé yo cómo lo llaman, para el manejo de grupos (de tamaño medio) de púberes y adolescentes alejados de sus ambientes. El libro, a base de experiencia, va demarcando las consecutivas etapas por las que, a buen seguro, va transitando la manada. Primer día: acarajote y toma de posiciones. Pocos problemas para los monitores. Método pastoreo y dos o tres alardes de fuerza, no muy estridentes. Los individuos son poco receptivos al tratamiento pero, se sospecha, este deja una huella apenas insinuada pero suficiente para ir amojonando el camino que la manada ha de seguir hasta llegar a la meta.
Quinto día. Ya tienen explorado el territorio, y los más fuertes del grupo harán un primer intento de tomar el control. Suelen ser acciones individuales y con poca convicción. Fáciles de reducir al absurdo. No pisotear en exceso a la víctima para no ganarse enemigos gratuitamente. Vigilar que estos intentos no ocurran en serie, por el posible contagio y la creación de sinergias no deseadas.
Noveno día. Los sentimientos afloran. Interactuar solo en los casos aparentemente más severos. No dejarse enternecer por las lágrimas.
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