jueves, 27 de agosto de 2015

   Charo es más ducha en esta cuestión de los pésames. Sabe cómo capear esos temporales interiores, sin darse importancia. Le preguntó a la niña gitana qué tal estaba su madre.

   Hundida, claro. 

   Hundida aunque llevasen toda la vida separados sus padres. Pero cómo iba a estar sino hundida. 

   -¿Qué?, ¿que bebía tu padre?

   Y sí. Ese era el problema o simplemente la circunstancia. Que bebía a más no poder. Un beber rijoso, de manual. 



   Aun separados, volvía el padre una y otra vez. Y cada vez que aparecía era que se había insuflado los ánimos necesarios, así que llegaba con la gran curda. Jurando y perjurando, eso sí, que nunca más iba a recaer. Que era la última vez si le permitían quedarse y comenzar una nueva vida de esas felices o al menos, calmas. Porque pretensiones muy grandes no tenían ninguno de los progenitores. Solo que la existencia fuese transcurriendo sin excesivos sinsabores, sin demasiadas penurias.



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